Diciembre tiene algo especial que transforma el ambiente. Es como si, de repente, permitiéramos que las mejores emociones florecieran en nuestro corazón. Los adornos que empiezan a llenar los espacios públicos se mezclan con las intenciones de hacer de este tiempo una experiencia significativa. Es el último mes del año, marcado por la Navidad, sus tradiciones y valores, y también por la despedida del 2024.
Más allá del folclore y las dinámicas comerciales que lo acompañan, creo que este mes debería caracterizarse por tres actitudes fundamentales:
1. Evaluación: Es el momento de reflexionar sobre lo vivido. Revisar si estamos avanzando hacia los objetivos que nos trazamos, agradecer lo alcanzado y comprender las razones detrás de los fracasos. No se trata de juzgarse con dureza ni de alimentar la amargura, sino de tomar conciencia de lo logrado y de lo que aún queda por mejorar.
2. Planeación: Una vez identificados los errores, es importante ajustar nuestras actitudes y planear acciones concretas. Es clave evitar las promesas vagas como “cambiar todo” o “portarse mejor”, que aunque bienintencionadas, carecen de claridad. Los planes deben ser específicos, medibles y realistas.
3. Cultivo de relaciones familiares: Este mes es perfecto para dedicar tiempo a quienes amamos. Es una oportunidad para perdonar, dar segundas oportunidades y soltar aquello que ya no nos aporta. También es ideal para fortalecer el apego seguro que todos necesitamos para ser felices. Compartir desde el corazón, renovarse y afrontar juntos los desafíos de la vida es esencial.
Personalmente, dividiré mi tiempo entre el trabajo en Bogotá y el reencuentro con mi familia en el Caribe. Allí podré sentir nuevamente la brisa de diciembre, disfrutar de los pasteles y sentarme a la mesa con los míos para recordarnos cuánto nos importamos mutuamente.