La obsesión de Diego Polit por modificar las relaciones cotidianas para que los niños y adolescentes puedan ejercer más su condición de actores, fue una de las tantas razones por las cuales Mónica García lo tuvo como su invitado especial en sus “entrevistas desde casa”.
Diego Polit es un antropólogo ecuatoriano experto en buen trato. Toda su vida la ha dedicado a la educación, fundamentalmente con padres, profesores y funcionarios públicos. Su trayectoria y experiencia lo han convertido en un conferencista obligado en los congresos anuales de la Asociación Afecto sobre prevención y atención del maltrato infantil.
Para Diego, a la escuela y a la familia los vincula el mismo niño o niña. Por lo tanto, ambos deben desarrollar capacidades para hablar con ellos, escucharlos, saber qué piensan, qué aspiran, qué quieren. “Yo soy muy poco creedor de que haya especificidades”, comenta Diego y explica que “los dos, familia y escuela, tienen la misión de acompañarlos en sus aprendizajes. No formarles. Porque formales da la idea del carpintero dándole forma al niño, queriendo hacer lo que nosotros queremos que sea. En cambio, acompañar a los niños en sus aprendizajes significa reconocer que el otro tiene sus propios intereses, motivaciones y afectos”.
En últimas, para Diego Polit, la tarea fundamental de un educador es ayudarle al niño a construir su proyecto de vida. “Pero el proyecto de vida no es qué quieres ser cuando seas grande, porque entonces resulta que cuando niños todos queríamos ser bomberos. Decir ‘cuando seas grande’ lleva implícito que entonces ahora no eres importante. El proyecto de vida es que quieres aquí y ahora; se construye de a poco, en lo cotidiano. Cada día me pregunto por lo que aspiro y quiero. De esos, pocos a pocos, voy construyendo proyectos de más largo alcance”, asegura Diego.
Otra tarea importante del educador es trabajar para construir espacios de aprendizaje agradables que favorezcan una convivencia positiva. “En un espacio de violencia el niño no aprende, por eso la gran tarea que tenemos todos es construir climas apropiados en la escuela, en la familia, en el barrio. El clima apropiado no es otra cosa donde el otro se sienta reconocido y con capacidad de participar en la construcción de lo común”, comenta Diego.
Una sana convivencia también implica saber escuchar a los niños y darles voz. “Los educadores estamos muy acostumbrados a comenzar las cosas por unas charlas para poner sapiensa y conocimientos para que el ignorante aprenda. Y entonces ya la regamos de entrada, porque ya le dijimos al otro lo que tenía que pensar. Por eso, el educador debe ponerse un esparadrapo en la boca hasta lograr que el niño diga su propia palabra y descubra su propio sentido. Solo ahí puede sacarse el esparadrapo de la boca y comenzar a botar peloticas que lo invite a pensar en otras posibilidades. Nunca diciéndole: ‘la verdad es esta’. Pero como estamos tan acostumbrados a esto, nos ponemos el esparadrapo, hacemos que descubran su propio sentido, y al final decimos ‘ahora sí les voy a decir las cosas como son’”.
Para que se dé un clima armónico, Diego cuestiona la obediencia porque indica que viene de una imposición y nadie puede vivir acatando órdenes. “Al rato nos sale lo propio. Nuestras propias formas de hacer las cosas. La violencia viene porque el otro tiene un sentido distinto, y cada quien solo puede actuar desde sus propios sentidos. Entonces surge la diferencia, la desobediencia y el castigo”. Ante esta realidad, Diego propone que nos preguntemos: ¿Qué pasaría si la orden la transformamos en pregunta? ¿Qué pasaría si la orden la transformamos en construcción de acuerdos? Diego asegura que así viviríamos una experiencia distinta de vida.
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