Detector de humo: Contra el desorden informativo (24): Desinformación con fines de estafa

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Por: Alvaro Duque Soto*

Si navega por redes sociales, es probable que se haya cruzado con titulares escabrosos sobre Gustavo Bolívar o Vicky Dávila. “Fue atrapado con el micrófono abierto. Una palabra más y todo se derrumba”, “La entrevista prohibida de Vicky Dávila”. A lo mejor ya sabe que son carnadas diseñadas para conducirnos a páginas fraudulentas. Pero no siempre es fácil distinguirlo, porque en plataformas como X (antes Twitter), hasta el rostro de Elon Musk, dueño de la misma, se usa masivamente para difundir esquemas de pirámides y falsas inversiones.

Detector de humo: Contra el desorden informativo (24): Desinformación con fines de estafa

Es como si el robo ya no necesitara sombras porque ocurre a plena luz de las pantallas. Los delincuentes modernos no portan armas, sino manipulaciones digitales; no asaltan bancos, sino algoritmos. Acuden a un coctel letal de psicología y tecnología: identidades falsas que imitan sitios de información verificados, narrativas emotivas que activan instintos básicos, y sistemas automatizados capaces de alcanzar a millones en segundos.

“Las estafas de ayer, del correo del príncipe de Nigeria y otros que se hicieron famosos con víctimas que cayeron en la trampa, parecen casi pintorescas en comparación con los engaños de hoy, mejorados por la Inteligencia Artificial”, en palabras Perry Carpenter, autor de un libro extraordinario sobre la materia, Faike.

Estamos ante una de las vertientes más tóxicas del Desorden Informativo (DI): la desinformación con fines de estafa, en la que la mentira se convierte en negocio, nos vacía los bolsillos, corroe la deliberación pública y vuelve trizas la confianza en instituciones, líderes e incluso en nuestro propio juicio.

De Petro a Vicky Dávila: rostros familiares como anzuelos

Colombia no es ajena a esta epidemia global. Desde marzo de 2025, circula una agresiva campaña que utiliza fotomontajes y videos de Gustavo Bolívar, saliente director del Departamento de Prosperidad Social. El esquema es perverso: primero generan indignación con titulares sensacionalistas, para luego redirigir a versiones falsas de El Tiempo donde paradójicamente Bolívar aparece como un “exitoso inversor” que obtuvo ganancias millonarias gracias a una plataforma de trading.

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A principios de abril, otra campaña utilizó las imágenes de la ahora candidata presidencial Vicky Dávila y de la periodista Eva Rey en un falso artículo titulado “La entrevista eliminada con Vicky Dávila que el Banco de la República teme”. El engaño consistía en fabricar una supuesta entrevista donde Dávila hablaba con Rey sobre inversiones en plataformas como DornoxTrader 1.8 Force. Previamente apareció con Alejandro Riaño y hasta con Luis Carlos Sarmiento Angulo.

Ni siquiera el presidente Gustavo Petro se ha salvado de estas manipulaciones. En febrero circuló un video creado con inteligencia artificial donde se le veía invitando a invertir en criptomonedas.

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La psicología del engaño

¿Por qué funcionan estas estafas? Los perpetradores han comprendido algo fundamental sobre la psicología humana: un rostro conocido genera confianza instantánea. La familiaridad desarma nuestras defensas naturales y activa un atajo mental: “Si esta persona respetada lo recomienda, debe ser legítimo”. Este fenómeno, estudiado por Robert Cialdini en su teoría de la influencia, se basa en el sesgo de autoridad: tendemos a obedecer a figuras percibidas como expertas o poderosas, incluso sin evidencia.

Pero el engaño va más allá. Los estafadores explotan lo que la neurociencia llama “brecha de curiosidad” –una necesidad cerebral de resolver incógnitas– usando frases como “la verdad que muchos callan” o “lo que no quieren que sepas”. Aprovechan aquello que los medios amarillistas usan hace mucho: titulares sensacionalistas que activan decisiones impulsivas.

Sin embargo, no siempre se necesita tecnología avanzada: muchos embaucadores utilizan simples y hasta burdos fotomontajes acompañados de mensajes persuasivos. El problema no es tanto el algoritmo, sino nuestra tendencia a creer sin cuestionar. Como ha insistido la experta en desinformación Claire Wardle: “La mentira más peligrosa no es la más elaborada, sino la que mejor se alinea con lo que la audiencia ya quiere creer”.

Anatomía de una estafa híbrida

Lo que estamos presenciando podría denominarse “estafa híbrida” –una convergencia entre desinformación tradicional y fraude financiero que difumina las líneas entre manipulación informativa y delito económico. A diferencia de las estafas convencionales, esta nueva modalidad:

  1. Fusiona engaño y lucro: No solo busca desinformar, sino extraer recursos financieros a través de ese engaño.
  2. Opera en múltiples dimensiones: Utiliza diversos canales (redes sociales, correos, mensajería, llamadas) con narrativas adaptadas a cada plataforma.
  3. Aprovecha divisiones sociales: Explota la polarización política y tensiones existentes para crear contenido que resuene emocionalmente con potenciales víctimas.
  4. Emplea infraestructura tecnológica compleja: Combina botnets, sitios web clonados y sistemas de pago difíciles de rastrear.
  5. Mezcla ingeniería social y automatización: Alterna manipulación psicológica personalizada con herramientas de captación masiva.

El modelo startup del engaño digital

Estas operaciones no son obra de individuos aislados, sino de organizaciones que funcionan con la lógica de startups tecnológicos. Su modelo de negocio tiene características reconocibles:

  • Inversión inicial mínima: Requieren poco capital para comenzar a operar, como muchas empresas digitales emergentes.
  • Escalabilidad: Pueden crecer exponencialmente sin aumentar proporcionalmente sus costos. Con los mismos recursos contactan a millones de potenciales víctimas.
  • Automatización: Utilizan bots para realizar acciones repetitivas, lo que reduce la necesidad de intervención humana.
  • Estructura organizativa definida: Tienen papeles especializados entre quienes crean los contenidos falsos, gestionan comunicaciones y manejan el flujo financiero.
  • Analítica de datos: Monitorean constantemente qué mensajes generan más “conversiones” (víctimas que entregan dinero) para optimizar estrategias.

Este modelo es posible gracias a un sistema financiero global con enormes vacíos regulatorios y plataformas tecnológicas que dan prioridad al engagement sobre la veracidad, lo que crea un ecosistema donde la desinformación puede propagarse más rápido que la verdad y monetizarse eficientemente.

Tecnología y anonimato

La maquinaria detrás de estos ataques en Colombia es más compleja de lo imaginable. Como explica el investigador Camilo García (@hyperconectado), la campaña contra Bolívar emplea una botnet de al menos 16 cuentas en X, creadas entre 2009 y 2020, que publican anuncios efímeros borrados a los 20-30 minutos para evitar detección. Estos anuncios redirigen a sitios clonados en dominios sospechosos (.cfd).

El arsenal tecnológico de estos fraudes combina:

  • Sim farms: Dispositivos que envían miles de mensajes fraudulentos simultáneamente.
  • Bots en redes sociales: Programas que identifican potenciales víctimas según sus interacciones.
  • Call centers organizados: Operadores entrenados específicamente para manipular a las víctimas.
  • Sistemas de anonimato: Correos temporales, mensajería cifrada y plataformas de pago sin verificación de identidad.

Según reportes de la Global Anti-Scam Alliance, las víctimas sufren un doble perjuicio: primero entregan datos financieros que generan cargos no autorizados y luego enfrentan acoso telefónico sistemático para extraer pagos adicionales bajo amenazas de perder supuestos “beneficios exclusivos”.

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La polarización alimenta el fraude

Las figuras más utilizadas en Colombia son aquellas que nutren y se aprovechan de la polarización política existente. Los estafadores usan imágenes de Bolívar, Petro, Dávila y Benedetti porque generan reacciones emocionales intensas en diferentes segmentos sociales. Los opositores al Gobierno pueden compartir fácilmente supuestos escándalos de Bolívar o Petro, mientras simpatizantes podrían caer en estafas que prometen acceso a programas gubernamentales.

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Este aprovechamiento de tensiones políticas no solo facilita el fraude económico: profundiza divisiones sociales y erosiona la credibilidad de instituciones y figuras públicas legítimas. Peor aún, la vergüenza asociada a caer en estas trampas lleva a muchas víctimas a no denunciar, con lo que perpetúan el ciclo de impunidad y facilitan que los estafadores perfeccionen sus técnicas.

Un desafío sistémico

Combatir estas estafas requiere un enfoque que trascienda la responsabilidad individual. La Alfabetización Mediática e Informacional (AMI), piedra angular de esta serie, es una herramienta clave para construir resistencia colectiva al enseñar a verificar fuentes, cuestionar narrativas emocionales y reconocer patrones sospechosos.

Sin embargo, la AMI resulta insuficiente sin transformaciones estructurales del sistema. Por eso en distintas partes se trabaja en esa dirección: en India han creado leyes específicas contra la manipulación digital, mientras la Unión Europea implementa la Ley de Inteligencia Artifical –que obliga a etiquetar contenido generado por IA– y Estados Unidos avanza con el DEFIANCE Act para perseguir fraudes transfronterizos.

Las plataformas tecnológicas, actores clave en esta batalla, a paso de tortuga empiezan a asumir responsabilidades. Meta (dueña de Facebook e Instagram) exige verificación biométrica a anunciantes financieros, y X (Twitter) etiqueta contenido sintético.

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La democracia en juego: más allá del fraude financiero

En nuestro país, si bien hay leyes como el Estatuto de Protección al Consumidor y el Código Penal (que tipifica el fraude informático), hay muchos desafíos que persisten pues no hay suficientes instrumentos para fiscalizar estafas digitales masivas, y las plataformas operan en una especie de limbo regulatorio. A eso debe agregarse que hay jurisdicciones fragmentadas, indiferencia y lentitud para legislar sobre la materia, baja denuncia por parte de las víctimas y alfabetización digital limitada.

Este fenómeno no es solo un problema de seguridad económica: es un síntoma de fragilidad democrática. Cuando la mentira se monetiza a escala industrial, se mina el contrato social basado en verdades compartidas. Como advierte Carissa Véliz, Privacidad es poder: “Una sociedad que no puede distinguir lo real de lo fabricado es una sociedad que camina hacia la autocracia”.

La solución requiere triangulación de esfuerzos: ciudadanos con escepticismo activo, Estados que actualicen normas y penalicen la suplantación digital, y colaboración internacional para rastrear flujos financieros en criptomonedas y cerrar paraísos fiscales digitales.

Mientras las economías digitales sigan premiando la viralidad sobre la veracidad y los marcos regulatorios sigan anclados en lógicas preinternet, las estafas híbridas continuarán evolucionando. El desafío no es solo proteger nuestros bolsillos, sino defender la capacidad colectiva de distinguir realidad de ficción en el núcleo mismo de la democracia.

*Ph.D. en Ciencia Política de la Universidad de Turín (Italia). Ha sido docente e investigador de temas de comunicación política, periodismo y educación mediática e informacional. Miembro del equipo Educalidad.

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