Detector de humo: Contra el desorden informativo (29): Los Homo offensus, indignados que alimentan el caos

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Por: Alvaro Duque Soto*

La escena se repite millones de veces cada día. Apenas encendemos la pantalla del celular cuando nos despertamos, nos encontramos con una noticia escandalosa, un comentario político violento o una imagen provocadora. Sin contrastar fuentes ni verificar información, solemos compartir de inmediato nuestra irritación y echamos leña al fuego de una quema digital descontrolada. 

Esta dinámica revela uno de los síntomas más preocupantes de nuestra era: la proliferación de los Homo offensus, individuos indignados que buscan de adversarios para atacar. Ligados al apogeo del populismo y los discursos que promueven el odio y la discriminación, estos actores no solo son producto del desorden informativo (DI), sino también uno de sus motores principales.

Detector de humo: Contra el desorden informativo (29): Los Homo offensus, indignados que alimentan el caos

Del diálogo al enfrentamiento

Acuñado por el sociólogo mexicano José Hernández Prado, el término Homo offensus no describe una especie biológica distinta del Homo sapiens, sino al ser humano que reacciona con indignación visceral ante injusticias reales o supuestas.

Su predisposición a sentirse ofendido, su tendencia a reaccionar sin reflexionar y su búsqueda constante de validación emocional lo convierten en blanco perfecto para quienes manipulan la opinión pública.

El Homo offensus se define por su “disocialidad”, un rechazo a la cooperación que contrasta con la sociabilidad humana, base de nuestra supervivencia como especie. Centrado en sus intereses, este alter ego resentido y destructivo al Homo sapiens racional divide el mundo en “aliados” y “enemigos”. Como cuando recientemente usuarios atacaron a científicos climáticos en España sin argumentos, solo por reñir con sus creencias, uno de sus efectos es que se rompen lazos sociales.

No debe confundirse con el activismo legítimo o la crítica constructiva. Mientras el activista propone soluciones y mejoras sociales, el Homo offensus encuentra en el conflicto mismo una forma de identidad y validación.

La furia que alimenta el populismo

Aunque ha existido desde los orígenes del sapiens (hace casi 300.000 años), Hernández Prado plantea que su carácter se ha hecho más visible con el crecimiento de la desigualdad económica, la corrupción, el nacionalismo extremo y las narrativas simplificadoras de los medios sociales.

Su proliferación coincide con el retroceso de tres procesos históricos que, según Steven Pinker, contribuyeron durante siglos a disminuir la violencia: la pacificación (monopolio legítimo del Estado sobre la coacción), la civilización (autocontrol personal que impulsa el comercio sobre el pillaje) y la humanización (priorización de la vida humana impulsada por la Ilustración).

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Cuando los medios reportan hechos que contradicen sus creencias, el Homo offensus los deslegitima como “vendidos” o “sesgados”. Si las instituciones electorales certifican resultados adversos, denuncia “fraude”. Esta polarización resultante impide consensos básicos, pues desaparecen los hechos compartidos necesarios para el debate democrático.

Por ello, ya no se discute qué hacer ante un problema, sino si existe. Ya no se debaten soluciones, sino versiones contradictorias de la realidad. Los liderazgos populistas (promesas fáciles, culpar al enemigo de turno) prosperan en este escenario, pues se ven favorecidos con la siembra y la explotación de la rabia permanente, que puede convertirse en una estrategia electoral exitosa.

En vez de soluciones complejas a problemas complicados, se ofrecen enemigos simples para frustraciones difíciles. Viene ocurriendo en recientes elecciones en América Latina, y en Colombia hay señales preocupantes, cuando narrativas como “pueblo vs. élites” fragmentan el debate público.

Haters felices con el odio

Esta indignación no solo se manifiesta en la política, sino también en los espacios digitales. Los haters, usuarios que optan de manera sistemática por la confrontación, la agresión y la hostilidad en redes sociales, son principales protagonistas de campañas para dañar la reputación de individuos u organizaciones, precisamente desde esa lógica de confrontación y ruptura social.

Así, los haters, convertidos en una de las manifestaciones más visibles y peligrosas los discursos de odio, protagonistas del DI, usan a los Homo offensus para consolidarse.

Esta semana, con ocasión del Día Internacional para contrarrestar el Discurso de odio (18 de junio), la FIFA reveló que desde 2022 han tenido que ocultar más de diez millones de comentarios abusivos en redes sociales de jugadores y equipos.

El odio y la hostilidad se han vuelto pan diario en los espacios digitales. Estos ataques, alimentados por la crispación social, deshumanizan colectivos, justifican la exclusión y la violencia. Además, minan la credibilidad de las instituciones. Y una vez que sectores significativos de la población pierden fe en la prensa, la justicia, los organismos electorales o la ciencia, recuperar esa confianza toma décadas.

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A ellos les gusta la gasolina

El impacto de los haters es mayor en los entornos digitales que premian la confrontación. Como vimos en La era de los ultracrepidarios (Detector de humo # 15), internet da voz a quienes opinan sin saber de un asunto, lo que permite que se difundan afirmaciones erróneas o teorías sin fundamento que encajan con prejuicios.

El Homo offensus conlleva a un círculo vicioso de más enfado y menos entendimiento. Cada usuario ofendido es un nodo que toma información sesgada, la interpreta del peor modo posible y la retransmite con comentarios aún más furiosos. Así, pululan los estereotipos, se pierden los matices y la verificación de datos y prevalece el impacto emocional.

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La fragmentación y el tribalismo, potenciados en la esfera virtual, convierten al homo offensus en la chispa y a las redes sociales en la gasolina que aviva el incendio. La recompensa social de los “me gusta” y compartidos refuerza comportamientos agresivos.

Si una publicación moderada y factual pasa inadvertida pero una llena de rabia obtiene cientos de reacciones, aprendemos rápidamente qué tipo de mensaje nos da más visibilidad. Y eso incide en nuestros hábitos: al vernos premiados por ser más confrontativos, tendemos a serlo aún más. De este modo, usuarios corrientes pueden volverse homo offensus virales, imitando el tono que funciona en redes. Será un gran reto para el proceso electoral en el que ya estamos inmersos, con tantos influencers tomando la ruta de la insulto, como lo reveló un informe reciente.

De la furia a la sensatez

El homo offensus representa uno de los eslabones más débiles en la cadena democrática contemporánea. Su predisposición a sentirse damnificado, su necesidad de encontrar culpables externos y su resistencia a la información verificada lo convierten en un vector ideal para el DI.

Por eso, si dejamos que la dinámica actual continúe, corremos el riesgo de ver instituciones cada vez más debilitadas por la polarización, comunidades encerradas en sus propias realidades y una ciudadanía incapaz de acordar siquiera los hechos básicos.

¿Cómo podemos salir de esta espiral? No hay soluciones mágicas, pero sí caminos que apuntan a reconducir la situación: alfabetización mediática, autocontrol emocional y fortalecimiento de una cultura democrática racional.

Cuando entendemos que todos llevamos dentro un homo offensus potencial, podemos desarrollar la capacidad de reconocer cuándo nuestras emociones están siendo manipuladas, cuándo nuestra indignación está siendo explotada y cuándo nuestro agravio nos impide ver la realidad con claridad. La iniciativa Dip trabaja en esa dirección, para que aprendamos a reconocer nuestros sesgos mentales.

En primer lugar, es urgente promover la alfabetización mediática e informacional (AMI) en la población. Esto implica enseñar desde la escuela –y a todas las edades– a verificar fuentes y a comprender cómo funcionan las redes y algoritmos. También conlleva difundir buenas prácticas: pausar antes de compartir, preguntarse “¿esto será cierto?” o “¿a quién beneficia que me indigne con esto?” Varias iniciativas en América Latina trabajan en este frente. Y hay que destacar lo que está haciendo DigitalIA, el mayor ecosistema de AMI construido hasta ahora en Colombia.

En segundo lugar, debemos ejercitar el autocontrol emocional en nuestra vida digital. Esto puede sonar abstracto, pero se reduce a hábitos individuales saludables: por ejemplo, no responder en caliente a ese mensaje que nos enfureció, salir de la “cámara de eco” buscando perspectivas distintas, y simplemente desconectarse de vez en cuando.

Para cerrar el círculo, se requiere fortalecer nuestra democracia, que, a pesar de todas sus falencias, sigue siendo un muy buen antídoto al malestar social, pues proporciona mecanismos para canalizar desacuerdos de manera pacífica –elecciones, debate en los legislativos, libertad de expresión–.

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Construir puentes, no trincheras

Pero esos mecanismos solo funcionan si los ciudadanos valoran la razón sobre la furia. Esto significa rehabilitar el diálogo basado en hechos, exigir evidencias antes de creer teorías estrafalarias y defender las instituciones que median en la búsqueda de la verdad (periodismo profesional, academia, organismos electorales). 

El homo offensus es parte de nuestra naturaleza, pero no debe dominarla. Podemos aspirar a equilibrar esa faceta con nuestra capacidad de cooperación, entendimiento y racionalidad –rasgos propios del homo sapiens en su mejor versión. 

Se trata de desactivar la bomba de la indignación constante antes de que fracture irreversiblemente nuestras sociedades. Elegir la empatía sobre el rompimiento, y tender puentes donde otros cavan trincheras permitirá un ecosistema informativo basado en la verdad, no en el caos de la confrontación. 

*Ph.D. en Ciencia Política de la Universidad de Turín (Italia). Ha sido docente e investigador de temas de comunicación política, periodismo y educación mediática e informacional. Miembro del equipo Educalidad.

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