Por: Alvaro Duque Soto*
El pasado 26 de abril, Colombia vivió una de esas jornadas en las que el desorden informativo (DI) se multiplica a la velocidad de un virus. El exministro Mauricio Cárdenas afirmó que el Fondo Monetario Internacional (FMI) había suspendido una línea de crédito clave para el país. De inmediato, la noticia –amplificada y distorsionada por muchos medios de comunicación corporativos– generó pánico (por fortuna los mercados estaban cerrados por ser fin de semana), titulares alarmistas, acusaciones cruzadas y una ráfaga de incertidumbre política.
El presidente Petro llegó a llamar vampira a la directora gerente del FMI, Kristalina Georgieva, y terminó acusando a la prensa de desinformar y evocando trágicos episodios históricos de violencia política para decir que fueron causados en buena medida por la manipulación mediática.

Ese mismo día, desde el Vaticano, tras el entierro del papa Francisco, comenzaban a circular con fuerza teorías sobre conspiraciones secretas en la elección del nuevo sumo pontífice de la Iglesia católica.
En ambos casos, la combinación de información incompleta, tecnicismos, emociones desbordadas y narrativas interesadas terminó por capturar la conversación pública. El resultado ya lo conocemos: una opinión pública fragmentada, atrapada entre la desinformación involuntaria, la manipulación deliberada y la tentación de buscar culpables invisibles.
En esta serie hemos explorado el origen del DI: los sesgos que distorsionan nuestra percepción, el efecto de los algoritmos, la estructura del ecosistema mediático actual. También hemos insistido en la importancia de la verificación. Pero no basta con acumular datos ni ser conscientes de nuestros sesgos: es necesario aprender a pensar mejor.
Por eso, presentamos tres herramientas de razonamiento crítico –las “navajas” de Ockham, Hanlon y Hitchens– que funcionan como filtros para evitar trampas comunes: la fascinación por lo complejo, la tendencia a suponer mala fe y la aceptación acrítica de afirmaciones extraordinarias, combatiendo lo que los italianos llaman dietrología, esa persistente inclinación a buscar siempre una conspiración oculta.
La elegancia de lo simple
Formulada en el siglo XIV por Guillermo de Ockham, un fraile franciscano y lógico inglés, esta herramienta nos dice que entre varias explicaciones, la más simple suele ser la mejor, siempre que explique suficientemente los hechos.
La idea no era del todo nueva, pero la forma como Ockham la utilizó para desmantelar gran parte de la filosofía medieval se hizo tan famosa, que tres siglos después de su muerte, el teólogo francés Libert Froidmont acuñó la expresión “navaja de Ockham” para referirse a la inclinación del teólogo por eliminar el exceso de complejidad, pues Ockham planteó y empleó consistentemente el principio que también se conoce como Ley de Parsimonia: No debemos multiplicar las causas o explicaciones más allá de lo estrictamente necesario.
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Si analizamos más a fondo el caso del FMI, este principio nos permite descartar la narrativa apocalíptica. Los comunicados oficiales del FMI y del Ministerio de Hacienda revelaban una realidad técnica y rutinaria: una revisión estándar ante indicadores económicos preocupantes, sin “suspensión” de líneas de crédito. La explicación más sencilla –ajustes técnicos ante un déficit fiscal del 5,6 % del PIB y una deuda pública de US$ 63.400 millones– resulta suficiente sin necesidad de invocar conspiraciones internacionales.
La herramienta de Ockham nos orienta a buscar estas explicaciones directas, sin añadir elementos innecesarios como agendas ocultas o castigos deliberados. La simplicidad no equivale a simplismo: reconoce la complejidad de la realidad económica colombiana –con una inflación que cerró en 7,4 % en 2024–, pero no la complica artificialmente con teorías de complots que no aportan poder explicativo adicional.

Cuando el error pesa más que la maldad
El segundo principio, la navaja de Hanlon, conocida por su máxima “nunca se debe atribuir a la malicia lo que puede explicarse adecuadamente por error o incompetencia”, nos ofrece una guía esencial para interpretar el DI. Su origen es curioso: en 1980, el ingeniero de sistemas Robert J. Hanlon envió esta frase como parte de las que se solicitaron para construir el segundo volumen del famoso libro Las leyes de Murphy. Aunque ideas similares ya circulaban, como la de Napoleón: “No atribuyas a la malicia lo que puede explicarse por incompetencia”, esta navaja busca cortar explicaciones innecesariamente malévolas.
En tiempos de desinformación, este principio resulta clave para evitar caer en la paranoia o la polarización: si un político cita mal una estadística, es más probable que su equipo no haya verificado bien a que exista un plan para manipular.
¿Fue la declaración del exministro un acto deliberado de sabotaje o una interpretación alarmista? ¿Fue la amplificación de los medios una estrategia organizada o una falla en las rutinas informativas? ¿Fue la reacción del Gobierno un cálculo político o una respuesta emocional? La navaja de Hanlon nos invita a considerar primero la posibilidad del error, antes de asumir intenciones malignas sin pruebas, lo que reduce la desconfianza innecesaria.
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En Roma, los rumores sobre cónclaves manipulados podrían ser, en parte, reflejo de tensiones doctrinales reales magnificadas por la ansiedad colectiva, más que resultado de un plan maestro oscuro. La navaja de Hanlon ayuda a distinguir la desinformación fabricada (intención maliciosa clara) y las tensiones o críticas internas (donde la intención puede ser compleja: preocupación doctrinal, ambición, torpeza).
Esto no significa que la manipulación no exista. Como se vio en “Los actores del desorden informativo”, hay quienes sí difunden desinformación a propósito. Sin embargo, la herramienta de Hanlon nos ayuda a evitar la paranoia, al permitirnos analizar con calma y buscar la verdad sin inventar enemigos donde no los hay.
Pero si bien Hanlon nos protege de atribuir malicia precipitadamente, necesitamos otra herramienta cuando nos enfrentamos a afirmaciones extraordinarias. ¿Cómo evaluar declaraciones sorprendentes o teorías que proponen explicaciones radicales? Aquí es donde entra en juego nuestra tercera navaja, que nos ayuda a determinar cuándo una afirmación merece nuestra atención y cuándo podemos descartarla por falta de fundamento.
Sin pruebas, sin crédito
El tercer método recibe su nombre en honor al periodista y escritor Christopher Hitchens (1949-2011), conocido por su pensamiento crítico y su escepticismo. Se basa en un principio contundente que él empleaba: “Lo que puede afirmarse sin evidencia puede descartarse sin evidencia”.
A diferencia de la de Ockham, que busca simplicidad, y la de Hanlon, que evita asumir malicia, esta navaja ataca directamente las afirmaciones infundadas, al exigir que quien hace una declaración extraordinaria proporcione un respaldo sólido para respaldarla.
Sin evidencia clara, entonces, las afirmaciones extraordinarias deben ser tratadas como lo que son: hipótesis sin fundamento, no verdades reveladas. En el contexto del DI resulta invaluable para desmontar teorías conspirativas, afirmaciones pseudocientíficas o rumores virales sin sustento. Sin embargo, tiene límites: no invalida investigaciones en curso, pues Hitchens no negaba lo no probado, sino que lo consideraba no creíble hasta demostrarse, y requiere contexto, ya que algunas afirmaciones, como la corrupción sistémica o la manipulación orientada, pueden tener indicios razonables, aunque carezcan de evidencia directa.
Los rumores sobre el nuevo papa son un buen ejemplo. Como continuación de las noticias falsas que se construyeron alrededor de Francisco, ahora se plantea que un cardenal africano será elegido por el Foro Económico Mundial para imponer una agenda climática. Aunque suena intrigante, no hay registros de reuniones entre el Foro y los cardenales, ni testimonios de influencias externas, ni evidencia de sobornos que lo confirmen. Sin datos, este método indica que estas teorías no merecen atención, debemos exigir pruebas verificables antes de aceptarlas como ciertas.

Pensar mejor, vivir mejor
El caos de la desinformación no se enfrenta solo con indignación, sino con método y pensamiento crítico. Necesitamos ciudadanos capaces de analizar críticamente la información, resistiendo la manipulación emocional que opera en el ecosistema digital.
La educación mediática es fundamental, pero insuficiente por sí sola, pues la desinformación funciona hoy como un arma estratégica en la guerra cultural global. Los ingenieros del caos utilizan algoritmos para explotar miedos y fabricar realidades emocionales cerradas, mientras los extremismos aprovechan la dinámica de la desconfianza y el resentimiento: en una sociedad asustada, se toman peores decisiones, se renuncia más fácilmente a la libertad, y la realidad fabricada reemplaza a la tangible.
La confusión reciente –en Colombia, en el Vaticano– no es un accidente: es un síntoma de una época en que la información se presenta sobre todo para agitar. Ante esto, no basta consumir datos pasivamente: debemos construir redes humanas frente a las redes algorítmicas. Despejar el ruido no es solo higiene mental, es un acto de resistencia democrática. Pensar con método y exigir evidencia son hoy formas de proteger la libertad misma.
*Ph.D. en Ciencia Política de la Universidad de Turín (Italia). Ha sido docente e investigador de temas de comunicación política, periodismo y educación mediática e informacional. Miembro del equipo Educalidad.



































