Detector de humo: Contra el desorden informativo (46): La ingeniería del disparate

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Por: Alvaro Duque Soto*

Usted se despierta y mira el celular. Un candidato promete eliminar el DANE porque “las cifras estorban”, otro propone cerrar el Congreso para refundar la patria, y otra sugiere armar a los civiles para que se defiendan solos. Usted parpadea. Piensa que es un chiste de mal gusto, un desliz psiquiátrico.

Detector de humo: Contra el desorden informativo (46): La ingeniería del disparate

Pero al mediodía, dos analistas discuten esas ideas como si fueran propuestas serias. En la televisión las explican con gráficos de colores. Y ya pasado el almuerzo, varios conocidos ya las defienden en el grupo de WhatsApp como si fueran la solución más lógica del mundo. Lo que ayer parecía un disparate, hoy ya tiene defensores. Y mañana, podría ser política pública.

Bienvenidos a la ingeniería del disparate, el deporte de moda para las elecciones de 2026. Tiene nombre técnico: se llama mover la ventana de Overton. Y en un país roto en burbujas informativas, entender quién mueve esa ventana y cómo lo hace es una forma de no acabar comprando una realidad que no existe.

Detector de humo: Contra el desorden informativo (46): La ingeniería del disparate

Cambio de velocidad

La teoría describe el rango de ideas que el público está dispuesto a considerar como “aceptables” o “sensatas» en un momento dado. Todo lo que cae fuera de ese marco se percibe como radical o impensable (ver infografía). Históricamente, esa ventana se movía despacio, como un glaciar. Joseph P. Overton, el hombre que le dio nombre, murió en 2003 sin imaginar que su concepto académico terminaría convertido en un instructivo para demoler la realidad a toda velocidad.

Hacia 2010, cuando las redes sociales se volvieron la nueva plaza pública, varios mercaderes de la política descubrieron que el mecanismo se podía acelerar a ladrillazos. Si se propone una barbaridad mayúscula, la barbaridad mediana empieza a parecer sensata por contraste. A veces el truco sale mal y genera rechazo, pero siempre logra cambiar la conversación.

Eso es lo que veremos en vivo en 2026. Los disparates que ya sueltan, y los que aún faltan, pondrán a prueba nuestra capacidad de asombro y resistencia frente a lo que, hasta hace poco, parecía imposible. La pregunta urgente es si tendremos la capacidad de pausa necesaria para no reaccionar ante el primer anzuelo emocional que nos lancen.

Un manual para romper cristales

En los primeros años de Facebook, Mark Zuckerberg repetía una consigna famosa: muévete rápido y rompe cosas. Esa idea saltó del mundo tecnológico a la política, pero si allá prometía disrupción, en democracia se parece más a una técnica de demolición.

Muchos líderes de la ola populista, abusando del mercadeo político, ya no esperan a que la sociedad cambie. Acometen. Actúan como pirómanos en un bosque seco. Figuras como Donald Trump y Javier Milei lanzan frases extremas por cálculo. Al poner sobre la mesa lo inaceptable, hacen que lo radical parezca razonable. Si alguien propone volver al duelo a pistola al amanecer, la venta libre de armas empieza a sonar como una medida prudente.

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En Colombia, este mecanismo ya funciona para normalizar lo inaceptable. La mano dura se vende como caricia moral y el recorte de derechos fundamentales como una tarea de orden y aseo. Propuestas que deberían generar alarma se envuelven en papel regalo de orgullo patriótico.

En esos casos, la ventana no se mueve por deliberación pública, como planteaba Overton que debería ocurrir. Se mueve por agotamiento. De tanto oír una locura, termina por parecernos parte del paisaje cotidiano. Y aparecen nuevos aliados para consolidarla: empresas tecnológicas que diseñan sistemas para captar atención, influencers que ponen rostro amable a consignas duras, y centros de pensamiento que les dan apariencia de seriedad.

La verdad a la carta

Para que los límites de lo aceptable se desplacen a saltos, hace falta un clima específico: un entorno donde ya no hay acuerdo básico sobre los hechos. El filósofo italiano Carlo Freccero advierte sobre esa ruptura del consenso: hay dos formas de verdad. Una se apoya en hechos comprobables. La otra se construye a partir de qué se muestra y qué se repite, como si fuera un menú.

Ya no hay un editor que ordene prioridades ni establezca jerarquías informativas. La visibilidad responde a una lógica algorítmica que premia lo que genera indignación o miedo. La atención se fragmenta. La gente en redes no busca entender, busca responder y validar su tribu. Las ideas no se discuten, se consumen como productos. En este ecosistema, las propuestas más estridentes avanzan simplemente porque retienen la mirada unos segundos más. Así se corre el umbral de lo aceptable sin necesidad de convencer a nadie, solo saturando el ambiente.

La segmentación termina de cerrar el cuadro. Gracias a la microsegmentación de datos, cada grupo recibe mensajes distintos, cargados de emociones diseñadas para ellos. A unos se les habla de eficiencia despiadada; a otros, de castigo bíblico; a otros, de compasión selectiva. La misma propuesta se vuelve perfectamente razonable o absolutamente inaceptable según el marco que la acompaña en la pantalla del celular. La ventana de Overton no se mueve gradualmente para toda la sociedad, sino a través de saltos abruptos dentro de cada burbuja.

Detector de humo: Contra el desorden informativo (46): La ingeniería del disparate

Disparen al árbitro

Cualquier aficionado al fútbol sabe que para ganar con trampas, y que el público acepte el resultado, lo primero es intimidar o desacreditar al árbitro. La democracia liberal levantó durante décadas un sistema de contrapesos (medios públicos, periodismo de investigación, universidades, centros de pensamiento independientes, altas cortes) diseñados como árbitros para frenar los excesos del poder y verificar los hechos.

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Hoy, quien necesita empujar la ventana hacia extremos requiere neutralizar a quien marca los límites de la realidad. El árbitro estorba porque recuerda las reglas y contrasta el discurso con los datos. Por eso, el ataque a estas instituciones no es un daño colateral; es parte de la estrategia. Se acusa de sesgo a la prensa que incomoda, de “biempensante” al académico que contradice, y de enemigo del pueblo al juez que aplica la ley.

La intención no es corregir errores que puedan tener estas instituciones, sino quebrar la confianza pública en cualquier instancia capaz de frenar el movimiento arbitrario de la ventana. Si se destruye la credibilidad de los verificadores de hechos, cualquier mentira puede convertirse en verdad para una base movilizada. El debate termina convertido en un ring sin juez, donde gana el que golpea más sucio.

La subasta de los delirios en 2026

Las urnas de 2026 nos esperan al final de un camino minado por el cansancio público, la inseguridad y la incertidumbre económica. Con una proliferación de candidatos que compiten por la atención en un entorno saturado, el riesgo mayor es que la campaña termine convertida en una subasta de extremismos.

Lo más probable es que la disputa real no gire alrededor de programas de gobierno serios, sino del intento de mover drásticamente la frontera entre la cordura y el delirio para destacar en el ruido. 

El miedo crea el terreno ideal. No hace falta imaginar distopías; la subasta ya comenzó. Candidatos que reivindican el “balín” como política de Estado, que prometen sustituir el sistema penitenciario civil por la reserva militar, resetear el Congreso, retirar a Colombia del sistema de Naciones Unidas y clausurar los tribunales de la JEP de un plumazo. La ventana se ha movido tanto, que lo que antes era retórica de grupos al margen de la ley o chispazos en asado de amigos, hoy son eslóganes de campaña de quienes aspiran a dirigir el Estado.

Aquí la ventana deja de ser una idea teórica para explicar el cambio social y se convierte en una herramienta táctica de campaña. Los candidatos no buscan adaptarse a lo que la gente piensa; usan técnicas de choque para forzarla a aceptar lo inaceptable. La moderación pierde valor. Al candidato que intenta explicar la complejidad se le acusa de debilidad, de tibieza. Gana quien grita más, quien promete castigos inmediatos. Cuando no hay contraste ni hechos compartidos, la radicalidad deja de verse como exceso y empieza a percibirse como la nueva normalidad.

El derecho a la pausa

La respuesta a esta situación no vendrá de una ley mordaza ni de un algoritmo que prometa filtrar la mentira. No hay señales de regulaciones eficaces en el corto plazo. La salida dependerá de desarrollar una caja de herramientas cívicas distinta. La primera es una habilidad humana cada vez más castigada: la pausa.

La pausa corta el reflejo y permite reconocer el truco antes de reaccionar. Ante un escándalo o una frase viral, abre una pregunta básica: ¿esto nace de un hecho comprobable o de un intento por correr los límites? Desconfiar del primer impulso de rabia no significa volverse tibio. Es dejar de bailar al ritmo que otros marcan.

Sin embargo, la pausa no es suficiente. Frente al desorden informativo, se vuelve necesaria una alfabetización mediática de emergencia para 2026. No implica rechazar la tecnología, sino aprender a pensar con ella sin delegar el juicio propio. Recuperar tiempos de silencio como espacio para ideas propias. Aceptar la ambigüedad en lugar de buscar respuestas inmediatas.

También hacen falta cambios en la campaña. Exigir que los candidatos se comprometan a deliberar dentro de marcos compartidos y a hacer públicos el financiamiento y las formas de contratación de sus estrategias digitales, incluido el uso de intermediarios, automatización o redes de cuentas que actúan de forma organizada. Fortalecer verificadores de proximidad; personas capaces de desmentir la desinformación dentro de sus propios grupos de familia, barrio o trabajo, allí donde los verificadores tradicionales no llegan.

No hace falta que todos compartamos la misma versión de la realidad para que la democracia funcione. Eso ya no es posible. Ganará si logra que múltiples ventanas deliberen dentro de un marco común. Respeto por los hechos verificables. Reconocimiento de la legitimidad del adversario. Disposición a revisar posiciones cuando la evidencia lo exige. Si eso no ocurre, en 2026 no estaremos eligiendo entre programas políticos. Estaremos eligiendo en qué realidad paralela queremos vivir.

*Ph.D. en Ciencia Política de la Universidad de Turín (Italia). Ha sido docente e investigador de temas de comunicación política, periodismo y educación mediática e informacional. Miembro del equipo Educalidad.

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