Detector de humo: Contra el desorden informativo (44): 5 grietas por donde se cuela el engaño electoral

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Por: Alvaro Duque Soto*

A medida que nos acercamos a las citas electorales de 2026, el termómetro de la desinformación comienza a marcar nuevos picos. Como han alertado autoridades y académicos, este fenómeno ya no es marginal: se ha incrustado en el sistema.

En parte por las características del entorno digital en el que nos movemos. En parte porque muchos candidatos, impulsados por asesores que apuestan todo a las emociones antes que a las propuestas, no tienen problema en subirse al mismo bus en el que viajan las narrativas de la desinformación. Prefieren activar los instintos más básicos —miedo, rabia, rechazo— antes que apelar a la capacidad de deliberación del votante.

Detector de humo: Contra el desorden informativo (44): 5 grietas por donde se cuela el engaño electoral

En el artículo 41 de esta serie describí algunas piezas de la maquinaria externa del desorden informativo (DI) durante los períodos electorales. Para entender por qué esa maquinaria resulta tan efectiva, hay que mirar hacia adentro: existen grietas en el sistema de medios y en la forma como procesamos la información que facilitan su consolidación cuando el debate público se intensifica.

La identidad por encima de los hechos

La desinformación electoral no necesita inventar mentiras complejas: se aprovecha de cómo funciona nuestra mente. Tres sesgos mentales nos hacen vulnerables: 1) Preferimos información que confirma nuestras creencias, 2) Creemos más fácilmente lo que se repite constantemente y 3) Damos por verdadero lo que parece venir de autoridades, incluso cuando es falso.

Estas debilidades cognitivas se potencian en el entorno digital, pues los algoritmos nos muestran solo contenido que refuerza nuestras opiniones. Nos movemos así en burbujas donde la desinformación circula sin ser cuestionada. Se cierran los espacios para quienes piensan diferente y la “verdad sentida” —es cierto porque lo dice alguien con quien me identifico— desplaza a la verificable.

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Pensemos en lo que pasó con la reforma a la salud y lo que pasará con las campañas de 2026. En lugar de analizar los detalles de una propuesta, el debate se reduce a consignas como “¿Estás con Petro o con la derecha?”. El voto deja de ser una decisión racional y se convierte en un acto de lealtad: no se elige por programas de gobierno, sino por pertenencia a un grupo.

Esta dinámica ha transformado la política, que ahora trata más identidades, lo que afecta la esencia de la democracia. Ya no se gobierna para resolver problemas, sino para mantener contentos a los miembros de la tribu y derrotar a los “otros”. En ese terreno, la desinformación pulula porque no tiene que convencer: solo reforzar lo que cada bando ya cree.

El maremágnum de datos

La segunda rendija se abre cuando en plena campaña electoral nos cubre un alud de datos, opiniones, rumores y contenidos que compiten por nuestra atención. Esta sobrecarga informativa es, en sí misma, una situación que aprovechan quienes están interesados en el DI.

En el actual ecosistema digital un video editado de un candidato, múltiples versiones de un mismo escándalo y noticias verificadas comparten el mismo espacio. Ante este bombardeo, los ciudadanos nos vemos superados. No tenemos tiempo para identificar fuentes confiables, contrastar versiones y separar lo importante de lo irrelevante.

Dos rasgos del sistema actual de medios hacen posible este fenómeno. Primero, la velocidad de difusión: un contenido manipulado se vuelve viral en un abrir y cerrar de ojos. Segundo, el volumen abrumador de contenido, que impide dedicar tiempo a la verificación.

En campaña, esta marea produce un desequilibrio que recuerda la famosa frase atribuida a Twain: una mentira puede viajar por medio mundo mientras la verdad se está poniendo los zapatos. Muchos terminan creyendo lo que más se repite, aunque sea falso. Otros caen en el cinismo y desconfían de todo, incluso de lo verificable. Y otro grupo toma atajos para decantarse por lo que “siente” cierto.

Medios sin independencia

La tercera grieta se abre en el corazón mismo del ecosistema mediático, donde los medios de comunicación —que deberían ser el principal antídoto contra la desinformación— han visto reducida su capacidad para cumplir esta función esencial.

Por un lado, la credibilidad del periodismo está en sus niveles más bajos. Figuras políticas y grupos de interés han convertido expresiones como fake news en bates para golpear a la prensa que realiza coberturas incómodas. Este ataque ha logrado que amplios sectores dejen de confiar en medios tradicionales y se refugien en fuentes sin rigor que coinciden con sus prejuicios.

Por otro lado, muchos medios han abandonado su papel fundamental de verificadores de la información, una labor que hoy recae de forma precaria en organizaciones de fact-checking y en iniciativas aisladas de periodismo de investigación. Ya sea por presiones políticas, intereses económicos o la simple urgencia por publicar primero, han terminado por reproducir rumores sin contrastar, dar tribuna a supuestos expertos sin credenciales y priorizar el escándalo sobre el análisis serio. Las redacciones reproducen comunicados oficiales sin contexto. Lo que antes se entendía como “cubrir” una noticia, hoy a menudo se limita a replicar comunicados oficiales sin el menor espíritu crítico.

Los llamados “desiertos informativos” —regiones donde los medios locales desaparecen y dejan a la ciudadanía informada solo por redes o cadenas de mensajes— son otro factor que contribuye a que los medios hayan perdido su espacio como verificadores y tejedores del relato social.

El escándalo de esta semana en la BBC nos recuerda la tragedia que vivimos: un sistema de medios privados en pocas manos, ocupado casi que en exclusiva en sus intereses comerciales, y un sistema público que no asume su función de guía sino que termina alzando el blasón de la propaganda gubernamental.

Detector de humo: Contra el desorden informativo (44): 5 grietas por donde se cuela el engaño electoral

El enojo como trampa

Esta grieta se corresponde con una especie de interruptor emocional que llevamos dentro y que se dispara con facilidad ante lo que percibimos como injusto, amenazante o humillante. Es parte de nuestra naturaleza: reaccionamos con más intensidad ante lo que nos ofende que ante lo que nos informa. Hoy, ese mecanismo se ha convertido en el talón de Aquiles de nuestra democracia, pues es la base de la famosa polarización.

El DI apela directamente a ese interruptor. Un titular que indigne, una imagen que asuste o un audio que nos haga sentir víctimas: todo está diseñado con un fin estratégico que busca convertir nuestra reacción en estrategia de comunicación política. Y todos sabemos que cuando el enojo nos domina, dejamos de analizar y pasamos a atacar. Las plataformas digitales, cuyo diseño y modelo de negocio premia la reacción rápida y sin reflexión, contentas con esto: la rabia genera más rabia.

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Que nos indignemos es natural. El verdadero problema es la instrumentalización de esa emoción, y es aquí donde resulta evidente cómo por esta grieta se cuela una manifestación clara del DI. La vilificación —asociar al adversario con términos deshumanizantes (“traidor”, “delincuente”, “monstruo”)— es la estrategia que encaja perfectamente en esa rendija. Al usar esas palabras, el político no busca debatir: sabe que ese insulto activará nuestra indignación y, con ella, anulará la empatía. Es la forma más efectiva de que nos sea imposible ver al oponente como un adversario legítimo.

Lo más preocupante es que, sin darnos cuenta, a menudo nos convertimos en cómplices. Cada vez que compartimos algo que nos indigna sin verificarlo, cada vez que repetimos un eslogan agresivo, nutrimos el mismo sistema que nos manipula.

El atajo contra el caos

La quinta grieta surge de nuestra necesidad humana de darle sentido al mundo. Tenemos una intolerancia innata a la incertidumbre. Buscamos explicaciones simples para eventos que nos abruman.

El conspiracionismo es la forma del DI que se cuela por esa rendija. No se limita a inventar mentiras: ofrece un “relato total”, una narrativa que ordena el caos, identifica antagonistas claros y explica todo mediante una “trama secreta”. Es un atajo mental que da sentido a un mundo confuso.

En elecciones, la “narrativa del fraude” es el ejemplo perfecto. Es más fácil creer en un “plan secreto” para robar la elección que analizar un sistema de conteo complejo o aceptar un resultado adverso.

El ecosistema digital acelera el proceso. Quien toma este atajo encuentra en las cámaras de eco los materiales para construir su propia versión de la realidad: capturas de pantalla, testimonios aislados y estadísticas mal leídas. Poco a poco, esas piezas sueltas van armando una historia alternativa que tiene sentido para quienes la comparten y que no acepta ninguna prueba en contra.

Aquí es donde esta grieta resulta tan peligrosa: si las autoridades —medios, expertos, la Registraduría— desmienten la trama, se les acusa de ser “cómplices”. Toda evidencia contraria pasa a ser parte del encubrimiento. Cuando la gente cree que “todo está amañado” —porque es el relato más simple—, deja de confiar en quienes organizan las elecciones, y cualquier resultado puede ser rechazado.

Cerrar las rendijas antes de 2026

Estas cinco grietas se refuerzan entre sí: los sesgos nos hacen aceptar solo lo que encaja con nuestras ideas; el exceso de información nos confunde y dificulta separar lo verdadero de lo falso; la desconfianza en los medios hace que incluso datos verificados pierdan credibilidad; la indignación nos lleva a compartir sin pensar; y la búsqueda de respuestas simples nos conduce a relatos cómodos pero falsos. En conjunto, crean un escenario ideal para que el DI avance.

Para cerrar estas grietas, hace falta una estrategia que aborde tanto el diseño del sistema como nuestras vulnerabilidades individuales y colectivas. En lo estructural, las plataformas y sus modelos de negocio fomentan la fragmentación social; por eso es necesario promover regulaciones que desincentiven diseños adictivos y que protejan la libertad de expresión. En el plano ciudadano, la Alfabetización Mediática e Informacional (AMI) debe volverse un hábito: detenerse antes de compartir, contrastar fuentes para romper burbujas, exigir pruebas en lugar de conformarse con versiones simplistas y respaldar a los medios que verifican información. (Ver infografía)

No es posible erradicar por completo la desinformación, pero sí podemos dejar de ser su combustible. Si actuamos simultáneamente sobre las plataformas y sobre nuestros hábitos —reconfigurando incentivos y haciendo de la AMI un repertorio de prácticas sociales— fortaleceremos la integridad informativa y el debate democrático. Ese trabajo doble, sostenido y coordinado, es la vía realista para cerrar las grietas antes de 2026.

*Ph.D. en Ciencia Política de la Universidad de Turín (Italia). Ha sido docente e investigador de temas de comunicación política, periodismo y educación mediática e informacional. Miembro del equipo Educalidad.

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