Por: Alvaro Duque Soto*
Distinguir lo verdadero de lo falso es un desafío central en esta era digital, donde la información circula a velocidades sin precedentes y por canales cada vez más diversos. El reto no es solo técnico: implica repensar cómo producimos, compartimos y, sobre todo, verificamos información en una sociedad hiperconectada. Esta semana, dos episodios ilustran cómo incluso quienes deberían ser garantes de la verificación están fallando en esta tarea fundamental.

El primero revela los riesgos de la prisa por denunciar sin verificar: varios periodistas y líderes políticos aseguraron que una foto de viviendas en Unguía (Chocó), publicada por el presidente Petro, provenía de Booking.com. La verificación posterior demostró que los supuestos «pantallazos» de la plataforma de reservas eran en realidad un montaje. El episodio evidencia cómo la inmediatez puede comprometer incluso el juicio de profesionales que deberían ser referentes de la verificación.
El segundo episodio amplía la dimensión del problema: mientras los Premios Simón Bolívar celebraban ejemplos de excelencia y rigor periodístico, la renuncia de Vicky Dávila a la dirección de la revista Semana reavivaba el debate sobre las tensiones entre periodismo e intereses políticos y empresariales. El contraste entre ambos eventos subraya una encrucijada del periodismo actual: la búsqueda de equilibrio entre inmediatez y verificación, entre independencia y sostenibilidad.
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Estos eventos revelan una realidad inquietante: el periodismo de calidad parece una gota en un océano dominado por medios convencionales cuya credibilidad se erosiona y por influenciadores que, en lugar de construir puentes, dar sentido a la fragmentación del discurso público y ejercer el vital rol de controlar a los otros poderes de la sociedad, priorizan la provocación y la polarización en sus análisis viscerales.
El efecto directo de esa pérdida de confianza en instituciones que se asociaban con la publicación de hechos verificados puede no ser tan alto como pensamos, pero el indirecto es devastador: las personas pierden la confianza en que existe una verdad objetiva y terminan creyendo que cualquier cosa podría ser desinformación, como ha subrayado Joshua Tucker, codirector del Centro de Redes Sociales y Política de la Universidad de Nueva York.
El desafío es más preocupante cuando consideramos los niveles de alfabetización mediática y digital en nuestro entorno. Esta semana, en la undécima edición del Foro de Gobernanza de Internet, Ricardo Ramírez, de la Comisión de Regulación de las Comunicaciones, reveló que un estudio de esa institución a publicarse el próximo año muestra que solo el 10 % de padres y cuidadores declaran dominar las herramientas tecnológicas que usan los menores de edad. Este porcentaje apenas sube al 25 % entre los profesores.
La verificación, tarea de todos
En la era digital, donde la desinformación amenaza la calidad del debate público, la verificación se ha convertido en una responsabilidad que va más allá del ámbito profesional del periodismo. En un entorno donde cada usuario puede convertirse en generador y amplificador de contenidos, este compromiso debe extenderse a todos los actores del ecosistema informativo: desde instituciones mediáticas hasta ciudadanos que participan en redes sociales.
Este nuevo paradigma de verificación colectiva requiere tres pilares fundamentales: el respaldo activo a organizaciones dedicadas a la verificación, el desarrollo y democratización de herramientas tecnológicas para detectar desinformación, y la promoción de programas de alfabetización mediática que fortalezcan el pensamiento crítico en la ciudadanía.
El escenario actual presenta obstáculos significativos para la verificación. Las plataformas sociales, diseñadas para maximizar el engagement, privilegian contenido emotivo sobre información verificada. A esto se suma la desinformación industrializada que producen empresas operando con técnicas sofisticadas e Inteligencia Artificial, que hace cada vez más difícil distinguir contenido auténtico del fabricado. La presión por la inmediatez y la viralización instantánea complica aún más esta labor.
La complejidad de esta situación exige una respuesta coordinada entre distintos sectores sociales. Las instituciones educativas deben incorporar la verificación como competencia básica en sus programas; a las empresas tecnológicas se les debe exigir que adapten sus algoritmos para favorecer contenido verificado; y los medios de comunicación tienen que fortalecer sus procesos de fact-checking. Esta articulación de esfuerzos es fundamental para enfrentar el desafío del DI.

Lectura lateral vs lectura vertical
Este artículo de la serie sobre el DI ofrece herramientas básicas para ejercer ese deber ciudadano de verificación, un paso importante hacia la construcción de una sociedad más resiliente ante la desinformación.
En primer lugar está la lectura lateral, un método desarrollado por Sam Wineburg de la Universidad de Stanford. A diferencia de la lectura vertical, que se centra en analizar el contenido dentro de una misma página web o cuenta de redes sociales, la lectura lateral invita a salir de esa página o cuenta para buscar información en otras fuentes autorizadas.
Es decir, no limitarse para evaluar credibilidad a ver indicadores internos de las páginas web, como el tipo de dominio o las secciones «Acerca de nosotros», sino ir a otros sitios para investigar aspectos como el autor de la información, el contexto, la procedencia del contenido, la propiedad. el financiamiento del sitio web y las páginas que enlazan a un sitio web o usuario de red sospechoso.
La lectura lateral permite identificar fuentes confiables y también promueve una actitud crítica frente a la información. Es una técnica que debe complementarse con estrategias tradicionales para ofrecer una visión más completa: cuestionar información sensacionalista, dudar de URL sospechosas y perfiles potencialmente falsos, verificar imágenes que podrían estar manipuladas.
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Una caja de herramientas del verificador ciudadano
Para facilitar esta tarea, los fact-checkers profesionales han desarrollado tres métodos prácticos que cualquier ciudadano puede aplicar:
El método SIFT, desarrollado por Mike Caulfield, de la Universidad de Washington proporciona una primera línea de defensa rápida y efectiva:
– Stop (Deténgase): Antes de compartir o reaccionar, tome un momento para reflexionar. La desinformación aprovecha las reacciones emocionales inmediatas.
– Investigate (Investigue): Averigüe más sobre la fuente. ¿Quién está detrás? ¿Qué otros contenidos publica?
– Find (Encuentre): Busque mejor cobertura. ¿Otros medios confiables reportan lo mismo? ¿Cómo lo contextualizan?
– Trace (Rastree): Regrese a la fuente original. Muchas veces el contenido viral distorsiona información real.
Para una evaluación más profunda, también puede usar el método CRAAP, desarrollado hace dos décadas por Sarah Blakeslee, que ofrece cinco criterios fundamentales para analizar críticamente cualquier fuente de información:
– Currency (Vigencia): ¿Cuándo se publicó la información? Un artículo científico de hace diez años sobre tecnología puede estar obsoleto.
– Relevance (Relevancia): ¿Es apropiada para el tema en cuestión? Un premio Nobel en física no es necesariamente una fuente confiable sobre epidemiología.
– Authority (Autoridad): ¿Las credenciales del autor son relevantes para el tema? Se debe verificar la experiencia específica.
– Accuracy (Precisión): ¿Hay datos verificables? Las afirmaciones extraordinarias requieren evidencia extraordinaria.
– Purpose (Propósito): ¿Cuál es la intención detrás del contenido? ¿Informar, persuadir, vender o entretener?
Otro método que se sugiere usar con frecuencia es el PANTERA, desarrollado por grupos impulsores de alfabetización mediática en el ámbito hispanoamericano, que añade consideraciones específicas:
– Procedencia: No solo importa quién publica, sino también quién financia y quién se beneficia.
– Autoría: En una región con alta concentración mediática, es crucial identificar posibles conflictos de interés.
– Novedad: ¿Es información nueva o contenido viejo que circula en un nuevo contexto?
– Tono: El lenguaje emotivo y polarizante es una señal de alerta.
– Evidencia: ¿Las fuentes citadas son verificables y accesibles?
– Réplicas: ¿Otros medios confiables han verificado esta información?
– Amplificación: ¿Quién está promoviendo activamente este contenido y por qué?
Los propios medios también están aportando soluciones. El Trust Project, un consorcio internacional que reúne más de cien medios en 15 países, ha desarrollado indicadores de confianza que los ciudadanos pueden verificar y exigir:
La transparencia sobre las prácticas periodísticas y la estructura empresarial
La experiencia y trayectoria de los autores
La clara diferenciación entre tipos de contenido (noticias, opinión, contenido patrocinado)
El acceso a las fuentes y referencias
La explicación de los métodos de investigación y recopilación de datos
La identificación de información local y especializada

Un acto democrático esencial
La verificación de información es una práctica técnica y también un acto de responsabilidad democrática esencial para construir una ciudadanía crítica y activa. En la era del desorden informativo (DI), este deber ciudadano requiere cultivar un escepticismo constructivo, que evite tanto la ingenuidad como el cinismo paralizante.
Hábitos como identificar fuentes originales, verificar credenciales, buscar confirmación en múltiples lugares, examinar contextos, analizar sesgos y consultar verificadores especializados son fundamentales para abordar la información con rigor.
La verificación no persigue una verdad absoluta, sino el establecimiento de procesos rigurosos que fortalezcan la confianza en la información que consumimos y compartimos. Cada vez que ejercemos este deber—identificando fuentes, cuestionando narrativas y contrastando datos—contribuimos a la construcción de un espacio público más transparente y resistente a la manipulación.
Este «deber de verificación» no puede delegarse exclusivamente a instituciones o empresas privadas; es una responsabilidad compartida entre quienes producen, difunden y consumen información, como señala Simona Levi en FakeYou: An Activist’s Guide to Defeating Fake News.
En un mundo donde el DI erosiona el tejido mismo de nuestras sociedades, cada vez que verificamos la información, por pequeño y simple que parezca, estamos ayudando a proteger nuestra democracia.
*Ph.D. en Ciencia Política de la Universidad de Turín (Italia). Ha sido docente e investigador de temas de comunicación política, periodismo y educación mediática e informacional. Miembro del equipo Educalidad.


































