Por: Alvaro Duque Soto*
El desorden informativo, la amenaza omnipresente
Hoy accedemos a un caudal inagotable de contenidos: noticias, opiniones y datos provenientes de cualquier rincón del mundo. Esta avalancha, promete acceso ilimitado al “conocimiento”. Sin embargo, oculta una amenaza que se ha vuelto omnipresente: el desorden informativo (DI).
El DI es un fenómeno que contamina el ecosistema informativo (compuesto por medios de comunicación, plataformas digitales y canales a través de los cuales se produce, distribuye y consume información) al mezclar información falsa, manipulada o errónea con datos verídicos. Esta contaminación, intencional o no, genera confusión y desconfianza, dificultando que las personas comprendan la realidad y tomen decisiones informadas.
El DI está transformando la manera en que entendemos el mundo y participamos en la sociedad. En Colombia sus efectos se sienten en todos los espacios, desde la esfera política hasta las conversaciones cotidianas.

Más allá de las noticias falsas
El DI es como un camaleón. Adopta formas complejas y, a menudo, contradictorias. Va más allá de las «fake news» y se camufla sobre todo en estas tres formas que distorsionan nuestra percepción de la realidad, aunque sus manifestaciones son mucho más variadas y evolucionan constantemente.
La desinformación, que consiste en la creación y difusión deliberada de contenidos falsos. Esta representa la cara más visible del problema, al ser la herramienta preferida de quienes buscan manipular la opinión pública. Un ejemplo abundante es la noticia fabricada para desacreditar a un político.
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La información maliciosa es la manipulación de datos reales con la intención de dañar. En este caso, no se inventan hechos, sino que se distorsiona la realidad para influir negativamente en la percepción pública. Ejemplo: usar una foto real para perjudicar a quienes están en ella.
La información errónea se refiere a la difusión no intencional de falsedades. Es el rumor que un vecino comparte de buena fe, sin saber que es falso o que se trata de un simple malentendido. En la era de los medios sociales, se propagan a la velocidad de la luz.
Las raíces del problema
El DI no es exclusivo de la era digital, pero el auge actual se debe a una convergencia de factores que han transformado el ecosistema informativo y también el político, es decir, el conjunto de actores, instituciones, normas y procesos que interactúan en el ámbito de la política.
- Un mundo incierto: El cambio climático, las crisis económicas y la cuarta revolución industrial, junto con la pérdida de confianza en las instituciones de siempre (como la familia, la religión o el Estado), hacen que el mundo sea un lugar confuso y difícil de entender. Por eso, muchas personas buscan respuestas fáciles en explicaciones simples o teorías conspirativas.
- La digitalización y saturación de información: La infraestructura digital ha permitido la producción masiva de contenido, democratizando el acceso a la información y a los canales de distribución. Esto ha provocado una saturación sin precedentes. La sobreabundancia de datos hace que distinguir entre lo verdadero y lo falso sea una tarea cada vez más complicada.
- El modelo de negocio de las plataformas: Los medios sociales y otras plataformas digitales priorizan el contenido sensacionalista que genera emociones fuertes, sin importar su veracidad, para captar la atención de los usuarios. Los algoritmos, además, se alimentan las preferencias hacia lo sensacional o polémico, al tiempo que refuerzan las creencias preexistentes, creando burbujas informativas que limitan el pensamiento crítico y el acceso a perspectivas diversas.
- La crisis del periodismo tradicional: El periodismo como práctica profesional enfrenta una crisis de confianza sin precedentes por múltiples factores: sesgos políticos evidentes, errores en la cobertura y la patente influencia de grupos económicos en las líneas editoriales. A esto se suma la deslegitimación sistemática por parte de políticos populistas, que presentan a los periodistas y medios críticos como «enemigos del pueblo», erosionando así la confianza de esta institución fundamental para la democracia.
El panorama se complica aún más con las presiones de la era digital. La carrera por la inmediatez y la viralidad ha llevado a muchos profesionales y organizaciones mediáticas a priorizar los clics y las métricas de engagement. sobre la calidad y profundidad del contenido. Esta tendencia no solo compromete los estándares periodísticos, sino que también aleja al público de la información veraz y confiable, a pesar de la existencia de numerosas figuras que mantienen un firme compromiso con la verdad, la precisión y el interés público.
- La “uberización de la verdad”: Cualquier persona con un teléfono y acceso a internet puede producir contenido. Si bien esto ha diversificado las voces en el debate público, también ha dificultado la distinción entre información verificada y rumores.
- La precarización del periodismo: La presión por producir contenido de manera constante y la disminución de recursos para el periodismo de investigación han afectado la calidad de la información. Esto ha dejado un vacío que, en muchos casos, se llena con contenido de dudosa calidad.
- La evolución de la comunicación política: La fragmentación de las audiencias y la velocidad vertiginosa con la que se difunden los mensajes han dificultado la creación de un terreno común para la deliberación pública. Además, la «campaña permanente», donde la movilización política nunca se detiene, ha creado una saturación de mensajes políticos que difumina las fronteras entre gobernar y hacer campaña. Así, la emocionalidad y el infoentretenimiento han ganado terreno y la política se presenta cada vez más como un espectáculo donde los temas identitarios han adquirido mayor relevancia que los temas económicos o sociales.
El desafío de la inteligencia artificial (IA): La IA añade una nueva dimensión al DI. Si bien ya es un instrumento poderoso para verificar datos, también tiene el potencial de amplificar y sofisticar la desinformación. Los deepfakes, por ejemplo, son creaciones falsas de imágenes, videos o audios que pueden imitar la realidad con gran precisión, lo que engaña a las audiencias y genera confusión. Por otro lado, los modelos de lenguaje generativo como ChatGPT o Google Gemini tienen la capacidad de generar contenido falso o engañoso a una escala y velocidad nunca antes vistas. Esto significa que la desinformación puede circular aún más rápido, lo que dificulta el trabajo de quienes intentan desmentirla y generar un debate público informado. La IA se viene usando cada vez más para influir en la opinión pública y manipular procesos electorales o debates importantes.
El impacto en la sociedad
El DI no solo mina la confianza en instituciones esenciales para la democracia y el Estado de derecho, como los medios de comunicación, el sistema judicial y las elecciones, sino que también afecta otras áreas clave como la salud pública. La OMS acuñó el término ‘infodemia’ para describir la oleada de desinformación que acompañó a la pandemia de COVID-19. La propagación masiva de información falsa o errónea durante esta crisis tuvo consecuencias directas en la toma de decisiones que pusieron en riesgo a millones de personas.
Al desdibujar los límites entre lo verdadero y lo falso, los efectos del DI son amplios y profundos. Fragmenta nuestra comprensión de la realidad, dificulta la construcción de un sentido común compartido, promueve la polarización y daña la forma en que nos relacionamos como ciudadanos.
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Por eso es grave la creciente confrontación entre el gobierno, los medios de comunicación y las fuerzas de la oposición, en un círculo vicioso de acusaciones cruzadas por el uso de la desinformación que incentiva el DI. Este ambiente de desconfianza se extiende a otros ámbitos de la vida social, política y económica, lo que socava la democracia, al limitar la capacidad de la ciudadanía para participar en debates públicos, ejercer sus derechos y tomar decisiones informadas en diversos ámbitos.
En un contexto como el colombiano, donde las desigualdades, la fragilidad del periodismo independiente y la brecha digital amplifican estos efectos, el reto que plantea el DI no pasa únicamente por identificar la información falsa, sino por un esfuerzo colectivo para reconstruir un terreno común que incentive el diálogo y fortalezca la cohesión social.
Una caja de herramientas para empezar
¿Cómo enfrentar el desafío del desorden informativo (DI)? ¿Cómo desarrollar estrategias efectivas sin caer en la tecnofobia, recortar libertades fundamentales o comprometer la libertad de expresión? Estas preguntas son clave en la lucha contra un fenómeno que amenaza los cimientos de nuestra democracia.
En Colombia, la construcción de un espacio informativo más saludable sigue sin plantearse. A pesar de episodios críticos como el plebiscito de 2016 sobre los acuerdos de paz con las Farc y los toques de queda en Bogotá y Cali en noviembre de 2019, el DI no ha ocupado un lugar prioritario en la agenda pública. Existen esfuerzos valiosos, pero diseminados, en un pequeño número de colegios y organizaciones, sin lograr una acción coordinada entre el gobierno, los medios de comunicación, las plataformas digitales, el sistema educativo y la sociedad civil.
La urgencia de abordar el problema no se ha traducido en una articulación efectiva entre estos actores clave. Esto se agrava con el avance de la tecnología, que presenta desafíos crecientes en la lucha contra el DI.
Ante la falta de un movimiento social amplio que presione a los gobiernos y sensibilice a la sociedad sobre la necesidad de combatir el DI, cada ciudadano tiene un papel crucial. La alfabetización mediática e informacional, junto con la alfabetización de datos, son herramientas esenciales para evaluar información, contrastar fuentes y detectar manipulaciones. Estas competencias protegen tanto a nivel individual como colectivo, creando un entorno informativo más confiable y sólido.
Esta serie de artículos tiene como propósito ofrecer herramientas concretas para enfrentar el DI. En las próximas entregas, exploraremos sus manifestaciones y ofreceremos estrategias prácticas para identificarlo y contrarrestarlo.
Si bien los esfuerzos institucionales no están completamente alineados, cada acción individual cuenta. Con cada verificación de información y cada dato contrastado, avanzamos hacia una ciudadanía más crítica e informada.
*Ph.D. en Ciencia Política de la Universidad de Turín (Italia). Ha sido docente e investigador de temas de comunicación política, periodismo y educación mediática e informacional. Miembro del equipo Educalidad.



































