“Adolescencia”: una llamada de atención al corazón de la escuela

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La serie británica “Adolescencia”, disponible en Netflix, ha generado conversación en distintos ámbitos. Pero para quienes trabajamos en educación, su mayor aporte no reside en el drama judicial que gira en torno a un adolescente acusado de asesinato, sino en lo que revela sobre el lugar que ocupa la escuela en la vida de los jóvenes. ¿Estamos los docentes preparados para acompañarlos emocionalmente? ¿Qué dice esta ficción sobre el tipo de educación que estamos ofreciendo?

Un aula que enseña, pero no escucha

En la historia de Jamie, el adolescente protagonista, la escuela está presente en su rutina, pero ausente en su mundo emocional. Él asiste a clases, cumple con sus tareas, camina por los pasillos sin hacer ruido. Nadie percibe su desconexión, su incomodidad, su progresiva ruptura interior. El sistema funciona, pero no cuida. Educa, pero no contiene.

Este retrato no es una crítica al docente individual, sino a una institución que, muchas veces, deja al profesorado solo frente a desafíos complejos. Adolescencia visibiliza lo que muchos educadores viven: el esfuerzo constante por sostener grupos diversos, con historias personales difíciles, en un entorno que exige resultados, pero rara vez proporciona los recursos necesarios para acompañar humanamente.

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Docentes con buena voluntad, pero sin herramientas

Los docentes de la serie se esfuerzan, pero están desbordados. Como en la vida real, trabajan con recursos escasos, tiempos limitados y sin formación específica en salud mental o contención emocional. Lo que Adolescencia expone no es una crítica individual, sino una demanda estructural: si se espera que la escuela sea un espacio protector, debe fortalecerse para que efectivamente lo sea.

“Adolescencia”: una llamada de atención al corazón de la escuela

Muchos docentes desean acompañar, pero no saben cómo. Carecen de formación específica y de herramientas para intervenir ante señales de malestar emocional profundo. A veces, por miedo, a veces por desconocimiento, se opta por mirar hacia otro lado.

Detectan cambios de comportamiento, retraimiento, agresiones entre pares. Pero ¿qué hacer con esa información si no existen protocolos claros, apoyo psicopedagógico suficiente o instancias de trabajo colaborativo?

La violencia entre pares: un síntoma no abordado

Uno de los aspectos más duros que refleja la serie es la naturalización de la violencia entre adolescentes: bromas crueles, exclusión, humillaciones públicas. Todo ocurre a la vista, con escasa o nula intervención institucional. Jamie no solo es víctima de la desconexión familiar, sino también de un entorno escolar que no supo protegerlo.

Esto nos interpela: ¿cómo reeducar para comprender y navegar los nuevos paradigmas culturales? ¿Qué valores circulan en los recreos, los pasillos, los chats? La convivencia no se construye únicamente con normas, sino con vínculos. Y los vínculos requieren tiempo, escucha, formación emocional.

La educación emocional no debe entenderse como una “actividad extra” o un lujo. Es parte fundamental de la formación integral. Las aulas pueden y deben ser espacios donde se validen las emociones, se nombre el malestar y se desarrollen habilidades para la vida. Pero eso demanda tiempo, formación docente y respaldo institucional.

La escuela que necesitamos

Adolescencia plantea una necesidad urgente: repensar el modelo educativo para responder a los desafíos del presente. Hoy, los adolescentes enfrentan realidades complejas —ansiedad, hiperconectividad, polarización, discursos de odio— que exigen algo más que la simple transmisión de contenidos. Necesitan herramientas para habitar el mundo con criterio, sensibilidad y humanidad.

Esto no significa delegar en los docentes funciones terapéuticas que no les corresponden, pero sí exige una transformación institucional: currículos que integren la educación emocional, protocolos sólidos de acompañamiento psicosocial, formación docente en salud mental, diversidad, violencia de género y gestión de crisis y alfabetización mediática e informacional.

Hoy más que nunca, la escuela necesita repensarse no solo como espacio de enseñanza, sino como un entorno humano, donde la escucha, el vínculo y la empatía sean parte central del acto educativo. No siempre podemos cambiar el mundo que rodea a nuestros estudiantes, pero sí podemos ofrecerles un aula donde se sientan seguros, reconocidos y, sobre todo, acompañados.

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