Por Rocío Castellanos Morales*
Este 8 de marzo, las instituciones educativas del país se unen a la conmemoración del Día Internacional de la Mujer con diversos actos simbólicos; no es para menos, la escuela es el contexto donde transcurre gran parte de la vida de miles de niñas y mujeres. Sin embargo, el reto va más allá de una conmemoración. Estamos ante un desafío mayor: lograr uno de los Objetivos de Desarrollo Sostenible, ODS, de la Agenda 2030.
El ODS 5 nos plantea alcanzar la igualdad entre los géneros y el empoderamiento de todas las mujeres y niñas. Si bien es cierto que son los Estados miembros los responsables de implementar las políticas, normativas, condiciones y recursos para el cumplimiento de la Agenda, también lo es que este tipo de objetivos implica un trabajo muy particular respecto a la identificación y modificación de los supuestos culturales que obstaculizan la vivencia plena de los derechos de las niñas y las mujeres.
Pero, ¿cómo identificar supuestos culturales? Dentro del universo de estrategias posibles, quiero señalar la narrativa como una de las herramientas que permite conocer historias individuales y colectivas de los miembros de la comunidad educativa; historias desde las cuales hemos construido lo que significa ser mujer y lo que significa ser niña, y desde donde actuamos y esperamos que otras mujeres y niñas actúen.
Por ejemplo, ejercicios en el salón de clase como el Árbol de Linaje posibilita recopilar y comparar condiciones de vida de mujeres de distintas generaciones en una misma familia, tener una noción del nivel de movilidad social, construir identidad, establecer recursos y limitantes para el desarrollo de los y las estudiantes, entre otros.
Vea «La escuela, el escenario donde tejemos y sanamos historias»
Ahora bien, identificar supuestos culturales ¿para qué? ¿para juzgar? ¿para señalar con el dedo inquisidor? De ninguna manera. Nada de esto contribuye a la equidad de género ni a algún otro cambio social. Identificar supuestos culturales desde la narrativa es ante todo para reconocer, para escuchar desde la empatía y, claro está, para realizar ejercicios colectivos que permitan analizar y transformar hasta lograr relacionarnos de una forma más pertinente, en sintonía con la garantía de los derechos de las mujeres y las niñas, para el caso.
No es tarea sencilla, pero sí posible, pues la escuela ha demostrado, en este y en otros retos, su capacidad de pensarse y repensarse en procura de un mejor hacer.
* Maestra, licenciada en Psicopedagogía, especialista en Desarrollo Humano y magister en Intervención Social.