Detector de humo: Contra el desorden informativo (32): El negacionismo climático se reinventa

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Por: Alvaro Duque Soto*

El negacionismo climático ha cambiado de táctica. Ya no le interesa invertir energía en negar en confrontar los hechos. Ahora su objetivo es desprestigiar, sabotear y postergar las soluciones. Con el Desorden informativo (DI) como vehículo, siembra confusión, retrasa la acción y erosiona la confianza en los esfuerzos colectivos.

Detector de humo: Contra el desorden informativo (32): El negacionismo climático se reinventa

Esta es la principal conclusión del Panel Internacional sobre el Entorno de la Información (IPIE, por su sigla en inglés), considerado la máxima autoridad mundial en la materia. En su reporte de junio de 2025, el organismo indica que el negacionismo se ha convertido en escepticismo estratégico: las campañas ya no atacan el diagnóstico, sino la acción. Se enfocan en cuestionar la viabilidad, el costo o los motivos detrás de las soluciones.

Para lograrlo, estos actores acuden a desinformación selectiva e intencionada. Los líderes políticos, los funcionarios públicos y las agencias reguladoras son blanco principal de esas estrategias. Además, los bots y los trolls hacen eco de las falsedades a gran escala y desempeñan un papel central en la promoción de stivas engañosa que logran permear la deliberación pública.

El nuevo rostro del negacionismo

La eficacia de esta nueva estrategia de los negacionistas ha logrado cambiar por completo el marco del debate. Ya no se trata de una confrontación entre ciencia y anticiencia, un terreno donde los negacionistas estaban en clara desventaja frente a datos incontrovertibles: aumento del nivel del mar, fenómenos climáticos extremos, incendios forestales y el deshielo de los casquetes polares.

Ahora, la discusión se ha traslado al ámbito de la política, la economía y la justicia social, con un lenguaje de debate público legítimo para generar parálisis. Ya no gritan “esto no pasa”. Les basta con preguntar: “¿sirve de algo hacer algo? El objetivo final no es ganar el debate, sino enredarlo hasta el punto de que cualquier acción transformadora parezca imprudente, prematura o imposible.

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Las formas principales del nuevo negacionismo resultan más difíciles de detectar tanto para los ciudadanos como para los mecanismos de moderación de las redes sociales. El investigador en políticas climáticas William F. Lamb, reconocido por su trabajo sobre cómo el discurso público justifica la inacción climática, ha identificado cuatro estrategias que se usan con frecuencia:

  • Minimizar el papel humano (“el clima siempre ha cambiado”).
  • Desactivar la urgencia (“todavía hay tiempo, no hay por qué apresurarse”).
  • Cuestionar las soluciones (“los autos eléctricos contaminan más”).
  • Invisibilizar la equidad (“los impuestos verdes castigan a los más pobres”).

Esas acciones se relacionan con el climate delayism, una forma de desinformación disfrazada de pragmatismo, preocupación social o rigor económico, que plantea la idea de que debe retrasarse la política climática porque supuestamente no es urgente.

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El aparato de la distracción

Para sembrar la duda y frenar la acción, los nuevos negacionistas no actúan de modo improvisado: sus métodos responden a lo que el informe del IPIE llama discursos del retardo. Son tácticas que ya no operan desde el fanatismo, sino desde la aparente moderación. Identificarlas permite desactivarlas. Entre las más comunes están:

  1. Desviar la responsabilidad. El objetivo es redirigir la culpa y la obligación de actuar hacia otros. Así, se señala a otros países, como los “verdaderos culpables” para justificar la inacción propia. Es un “whataboutism” (y tú más) climático: “¿Por qué debemos esforzarnos si ellos contaminan más?” También sucede cuando el foco de la solución se pone en decisiones individuales (reciclar, usar menos el carro) para evitar discutir cambios sistémicos.
  2. Promover soluciones no transformadoras. Empresas contaminantes apelan al greenwashing (ecoimpostura), invierten en campañas de imagen para mostrarse como parte de la solución, mientras mantienen sus modelos intactos. Una variante es el greenhushing, que consiste en ocultar información ambiental para evitar el escrutinio.

Del mismo modo, se exagera la esperanza tecnológica como excusa para no actuar hoy. Y, por ejemplo, se presenta el gas natural como un combustible “de transición” o un “mal menor” indispensable, cuando perpetúa la dependencia de los combustibles fósiles.

  1. Magnificar los costos. Las políticas climáticas se tildan de amenazas a la economía o al bienestar social. Se exageran sus impactos, o se invalidan por no ser perfectas, en una lógica que busca inmovilizar más que mejorar.
  2. Fomentar la rendición. Esta es la táctica más sutil y quizás la más peligrosa: convencer a la ciudadanía de que ya no hay nada que hacer. Se promueve el catastrofismo (“ya es tarde para todo”) o el determinismo fósil (“nuestra sociedad depende demasiado para cambiar”). Ambas narrativas paralizan desde el miedo o la resignación.

Efectos del humo y la trampa de los extremos

El informe del IPIE, Facts, Fakes, and Climate Science, ha documentado cómo durante más de dos décadas la desinformación ambiental socava las políticas climáticas, la confianza ciudadana y la acción efectiva.

Los grupos de presión que defienden los intereses económicos de la industria de los combustibles fósiles presionan contra regulaciones, partidos populistas vinculan las soluciones climáticas con pérdida de soberanía y los acuerdos internacionales se diluyen en discursos nacionalistas. Al mismo tiempo, ataques a científicos, encubrimiento de información corporativa y cobertura mediática apocalíptica agotan al público más que lo movilizan.

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Entre la saturación informativa y el ruido deliberado crecen la parálisis, la indiferencia y la ecoansiedad —una forma de angustia generada por la percepción constante de amenazas ambientales y la sensación de impotencia frente a ellas. Pero lo más inquietante es que esta parálisis no solo proviene del negacionismo clásico. También se refuerza —aunque parezca paradójico— desde posiciones radicales que desacreditan cualquier salida que no cumpla sus exigencias absolutas.

Como planteó Moisés Cetre, hay tres bloques conceptuales frente al cambio climático: los negacionistas, que niegan el problema; los ambientalistas radicales, que rechazan toda transición que incluya combustibles fósiles, y los ambientalistas prodesarrollo, que proponen transiciones realistas sin desconocer las limitaciones actuales. Aunque los primeros y los segundos difieren en la premisa, coinciden en el resultado: bloquear soluciones viables. Unos cuestionan las causas, otros invalidan las salidas si no cumplen con estándares técnicos o ideológicos ideales.

Investigadores como Bjørn Lomborg (Falsa alarma) y Hannah Ritchie (Not the End of the World) coinciden en que el negacionismo y el alarmismo extremo se retroalimentan y terminan frenando el progreso. Ambos llaman a desactivar la retórica apocalíptica y promover enfoques climáticos basados en evidencia, pragmatismo y sentido de prioridad. La desinformación no solo vive en el fanatismo, también en la rigidez. Así se cierra el cerco, discursos opuestos que, por distintas rutas, llevan a lo mismo: inacción.

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La AMI como antídoto: vacunas contra la manipulación

Frente a una narrativa que no solo informa mal, sino que desinforma con intención, la Alfabetización Mediática e Informacional (AMI), como hemos insistido, se convierte en una herramienta de resistencia civil. No combate únicamente los errores, sino las trampas construidas de forma deliberada. En este campo, una de las estrategias más efectivas es la llamada inoculación cognitiva, que actúa como una vacuna: expone previamente al ciudadano a formas atenuadas del engaño para que pueda reconocerlo y resistirlo.

Más que corregir mentira por mentira (debunking), se trata de enseñar a detectar las tácticas del engaño (prebunking), para que se desarrollen “anticuerpos cognitivos” que permitan reconocer y resistir la manipulación futura. Según el IPIE, las más comunes son:

  • Falsos expertos: personas sin credenciales relevantes que simulan autoridad.
  • Falacias lógicas: como el “hombre de paja” y la “falsa dicotomía”.
  • Falso equilibrio: dar el mismo peso mediático a opiniones marginales que al consenso científico.
  • Selección sesgada de datos (cherry-picking): mostrar solo lo que respalda una conclusión preconcebida.

Estas técnicas no reemplazan las prácticas de verificación, sino que las complementan. La técnica fórmula del “sándwich de la verdad” —abrir con un hecho, desmentir el error sin repetirlo textualmente y cerrar con una afirmación sólida— sigue siendo útil. Pero la inoculación preventiva ayuda a que la mentira ni siquiera se instale.

La AMI no busca expertos climáticos, sino ciudadanos capaces de leer con criterio. En el contexto actual, esta capacidad de detectar las costuras del engaño marca la diferencia entre la resignación paralizante y el compromiso informado Esa lucidez, más que ningún dato, es el verdadero antídoto contra la desinformación.

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Reconstruir desde las cenizas

La desinformación climática responde a una estrategia deliberada que protege intereses políticos y económicos. Sus efectos son tangibles: el fracaso en la mitigación y la exclusión del sur global del debate sobre soluciones. El informe del IPIE lo sintetiza en tres crisis entrelazadas: integridad informacional, parálisis regulatoria y déficit educativo.

Frente a esto, la solución exige coordinación internacional, responsabilidad corporativa y participación ciudadana informada. Como advierte el reporte: “La brecha entre lo que sabemos y lo que hacemos se amplía por la desinformación, acelerando la crisis climática”.

Y en medio de este fuego cruzado, lo que la ciudadanía necesita no son más datos, sino sentido. Voces que traduzcan sin trivializar, que emocionen sin manipular, que convoquen sin polarizar. Porque la desinformación climática no es solo un problema comunicacional: es una amenaza existencial. Y aprender a verla, desmontarla y enfrentarla es quizás el primer paso para recuperar el futuro común que está en juego.

*Ph.D. en Ciencia Política de la Universidad de Turín (Italia). Ha sido docente e investigador de temas de comunicación política, periodismo y educación mediática e informacional. Miembro del equipo Educalidad.

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