Por: Nicolás Aguilar Forero*
En un país donde la violencia ha sido el telón de fondo de generaciones enteras, la educación para la paz se alza como un acto de resistencia y esperanza. Más allá de las cifras desgarradoras de líderes sociales asesinados, reclutamiento de niñas y niños y desplazamiento forzado, laten historias de maestras, maestros y comunidades que han hecho de la escuela un refugio para la vida. El libro Innovaciones Educativas para la paz: una sistematización de experiencias en Colombia nos recuerda que educar es también sanar, reconstruir y soñar con un país diferente.
Este libro agrupa 40 experiencias innovadoras de educación para la paz que participaron de un proyecto de investigación liderado por la Facultad de Educación de la Universidad de los Andes. Proyecto que, a nivel metodológico, no se limitó a recoger datos. Se trató de una apuesta metodológica profunda y transformadora: una sistematización de experiencias concebida no como técnica auxiliar, sino como praxis investigativa en sí misma. Lejos de la distancia académica, se optó por una ruta dialógica, participativa y narrativa que buscó activar la memoria viva de las comunidades. Aquí, el saber no emana del observador externo, sino de quienes, en las aulas y territorios, enfrentan el reto cotidiano de educar en medio del conflicto.
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Conocimiento compartido
Cada una de las nueve etapas del proceso fue una invitación al encuentro, al reconocimiento mutuo y a la reflexión colectiva. Desde la creación de una “línea del pálpito” para narrar emociones e hitos, hasta la construcción de metáforas que simbolizan las experiencias vividas, este camino metodológico se nutrió de sensibilidad, imaginación y colaboración. Fue un proceso en el que el conocimiento no se impuso, sino que emergió, se tejió, se contó y se compartió.
Detrás de cada texto sistematizado hay un proceso colaborativo de escritura, basado en diálogos que construyen sentidos. El equipo investigador, integrado por diez personas de la Facultad de Educación de la Universidad de los Andes y liderado por Gary Cifuentes y Nicolás Aguilar, no fue un árbitro distante, sino un acompañante cercano que acompañó, retroalimentó y nutrió cada avance en la escritura por parte de los colectivos de maestros y maestras. En este gesto se cifra también una pedagogía de la paz: escuchar, acompañar, construir en colectivo.
Abrazo a la diversidad
Lo más revelador del proceso fue quizás su dimensión colectiva, estética y afectiva. Los símbolos, los dibujos, los relatos… todo hizo parte de una narrativa encarnada, donde la emocionalidad no fue excluida, sino honrada como componente legítimo del conocimiento. La paz, como bien lo sabían las y los participantes, no es una idea abstracta, sino una vivencia sentida, una experiencia situada y común, una emoción que se construye.
En cada uno de los territorios —Chocó, Cauca, Valle del Cauca, Nariño, Antioquia, Putumayo, Norte de Santander, Meta y Caquetá — la violencia tiene rostros y formas distintas. Por eso, la sistematización no buscó homogeneizar, sino abrazar la diversidad. La propuesta metodológica permitió respetar las particularidades, iluminar las convergencias y reconocer los saberes locales como fuentes legítimas de innovación. Aquí, lo pedagógico se funde con lo político, en el mejor sentido del término: como acción transformadora.
Más allá del contenido de las experiencias, es la forma en que fueron recogidas, contadas y compartidas lo que debería marcar un precedente para las investigaciones educativas en el país. Apostar por metodologías que dignifican las voces, que no extraen sino co-construyen, que transforman en el proceso mismo de investigar, es una necesidad urgente si queremos un conocimiento comprometido con la vida y la justicia social.
Resistencias que florecen en la escuela
Este trabajo nos deja muchas lecciones, pero una es central: construir paz desde la educación no es solo un asunto de currículo o de contenidos, sino de metodologías que integren la escucha, que reconozcan las emociones, que valoren la experiencia vivida. La sistematización, en este caso, fue un acto político-pedagógico, una herramienta para hacer visibles las resistencias que florecen en la escuela.
Frente a los desafíos persistentes de un país que aún no conoce plenamente la paz, este libro es una brújula ética y metodológica. No solo nos muestra que es posible educar para la paz en medio del conflicto, sino que nos enseña cómo hacerlo: desde el respeto, la participación, la narración y el cuidado. Que estas metodologías inspiren a otros, porque como bien lo saben quienes participaron en esta investigación, construir paz también se aprende y se gesta en el trabajo en equipo, en la escritura colaborativa y en la generación colectiva de conocimientos.
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* Coautor compilador del libro Innovaciones Educativas para la paz. Una sistematización de experiencias en Colombia.
