Por: Alvaro Duque Soto*
El mensaje nos indigna. El corazón late más rápido, las manos sudan. Sin pensarlo dos veces pulsamos el botón de compartir. Minutos después descubrimos que era falso. ¡Tarde! La noticia ya circula entre cientos de contactos, alimentando la maquinaria imparable del desorden informativo (DI).

Precisamente, este tipo de situaciones nos lleva a preguntarnos quiénes son los responsables de generar y propagar estas falsedades. En entregas anteriores de esta serie se exploró el DI y los principales actores que lo promueven, desde trolls y bots hasta organizaciones con abundantes recursos. Todos operan a diferentes niveles, explotando con precisión quirúrgica los puntos psicológicos vulnerables. Los mecanismos internos de nuestro cerebro nos predisponen a la manipulación.
¿Por qué, sin importar el nivel educativo o la experiencia, resulta tan fácil caer en estas trampas mentales? La respuesta está en cómo funciona nuestro cerebro en esta era digital.
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El laberinto digital: cuando la información desborda
A diario el cerebro recibe a una enorme cantidad de información y solo procesa una pequeña parte. Para evitar el colapso ante la avalancha de datos recurre a atajos mentales: patrones automáticos que simplifican la realidad y facilitan decisiones rápidas. Estos atajos, aunque útiles para navegar el día a día, pueden volverse en contra cuando se aplican a la interpretación de información en contextos complejos o delicados.
Dos teorías complementarias dan cuenta de cómo se procesa la información. Por un lado, el neurocientífico Paul MacLean identificó tres niveles cerebrales: el reptiliano (instintivo), el límbico (emocional) y el neocórtex (racional). Por otro, el psicólogo Daniel Kahneman planteó dos sistemas de pensamiento: el Sistema 1 (rápido e intuitivo) y el Sistema 2 (lento y analítico). El Sistema 1 se relaciona con los cerebros reptiliano y límbico, mientras que el Sistema 2 funciona desde el neocórtex. En el mundo digital, donde todo exige rapidez, el Sistema 1 predomina, dejándonos expuestos a distorsiones en la percepción de la realidad.
Los espejismos de la mente
Estudiando estas distorsiones, Kahneman y su colega Tversky identificaron los sesgos cognitivos, una especie de filtros mentales que la evolución construyó para facilitar decisiones rápidas en situaciones de peligro. En el entorno actual, sin embargo, esos mismos mecanismos pueden llevar a conclusiones erróneas si no se aprenden a reconocer y gestionar.
Algunos de los sesgos más comunes que facilitan la desinformación son:
- La ilusión de verdad: la repetición constante de una afirmación, incluso si es falsa, aumenta la percepción de su veracidad, al crear una sensación de familiaridad que la hace parecer creíble. Un caso típico es la propaganda política, que repite consignas una y otra vez para que el público las asuma como ciertas, aunque no se basen en hechos reales.
- El sesgo de confirmación impulsa a buscar información que confirme las propias creencias y descarte la que las contradice. Las plataformas digitales amplifican este sesgo: sus algoritmos muestran contenido que refuerza creencias existentes, creando «burbujas informativas» donde se exponen solo ideas afines. Así, alguien que cree que las vacunas son peligrosas buscará y recibirá información que confirme esa creencia e ignorará y no llegará evidencia científica en sentido contrario.
- El sesgo de anclaje da excesivo peso a la primera información que se recibe sobre un tema. Si lo primero que se lee es una teoría conspirativa, se tiende a interpretar la información posterior bajo esa óptica, aunque haya evidencia que la contradiga.
- El efecto Dunning-Kruger: lleva a sobreestimar el propio conocimiento en áreas poco conocidas, haciéndonos propensos a aceptar explicaciones simples para problemas que son de suyo complejos. Así, la información que ofrece soluciones fáciles a temas complejos resulta tentadora.
- El sesgo de disponibilidad: hace que se juzgue la probabilidad de eventos basándose en la facilidad con que se recuerdan ejemplos. Por eso, noticias impactantes pueden distorsionar la percepción del riesgo. Si se ven noticias frecuentes sobre accidentes aéreos, puede creerse que volar es más peligroso de lo que es.
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Las trampas del razonamiento
Además de los sesgos cognitivos las falacias lógicas nos hacen susceptibles a la desinformación. Mientras que los sesgos son reflejos automáticos que distorsionan la percepción, las falacias son errores en el razonamiento. Una lista de algunas de esas falaciasnos ayudará a construir argumentos más sólidos.
- La falsa dicotomía, por ejemplo, presenta opciones extremas como si fueran las únicas posibles, ignorando alternativas o matices. Por ejemplo: “O apoyamos el desarrollo económico sin restricciones o queremos que la gente viva en la pobreza.” Esta simplificación ignora múltiples enfoques sostenibles que equilibran crecimiento y justicia social.
- El ad hominem desvía la discusión del contenido real del debate al atacar a la persona en lugar de sus argumentos. Esto ocurre en debates polarizados, donde desacreditar al oponente se vuelve más importante que refutar sus ideas.
- Pendiente resbaladiza sugiere que un cambio llevará inevitablemente a consecuencias catastróficas, generando miedo injustificado. Es común en afirmaciones como: “Si legalizamos el matrimonio homosexual, pronto la gente querrá casarse con animales.”
- Hombre de paja distorsiona el argumento del oponente para hacerlo más fácil de atacar. Por ejemplo, cuando alguien propone ajustes al sistema de las salud y el oponente responde “quieren acabar con las EPS.”
- Falso equilibrio presenta dos posiciones como iguales cuando una tiene mucho más respaldo científico que la otra. Por ejemplo, dar el mismo peso a la opinión de un científico experto en cambio climático y a la de un negacionista sin credenciales.
La fábrica de las emociones del capitalismo de vigilancia
En la era digital, donde predominan las reacciones automáticas, las emociones amplifican el efecto de los sesgos y las falacias. Las noticias falsas y otras manifestaciones del DI suelen estar diseñadas para generar emociones fuertes: indignación, miedo. Las emociones intensas dificultan el pensamiento crítico, haciendo que las personas sean más propensas a compartir información sin verificarla. Las grandes empresas tecnológicas capitalizan este fenómeno.
El “capitalismo de vigilancia”, término acuñado por la socióloga Shoshana Zuboff, describe cómo las plataformas digitales, conscientes de estos mecanismos, diseñan sistemas para captar la atención, moldear las percepciones y guiar el comportamiento.
Cada interacción, desde reacciones y mensajes compartidos hasta clics, genera datos sobre las preferencias y puntos débiles de cada usuario. Estos datos se utilizan para mantener a las personas enganchadas con contenido diseñado para provocar emociones fuertes, sin importar su veracidad.
Las redes sociales amplifican este efecto al crear “cámaras de eco”, donde se interactúa mayormente con personas afines. Esto refuerza prejuicios y erosiona la capacidad de empatizar con quienes piensan diferente, generando un clima de hostilidad que complica la deliberación pública.
El difusor de mensajes suple otra necesidad: sentirse parte de un grupo, expresar una identidad.
Vemos cómo la desinformación, la información maliciosa y los errores informativos encuentran terreno fértil para expandirse.
De soldados a exploradores: construyendo defensas contra el engaño
Para contrarrestar los efectos del DI la psicóloga Julia Galef propone una nueva forma de relacionarnos con la información. Según ella, podemos enfrentarnos a la información como soldados, defendiendo nuestras creencias a toda costa a través de sesgos y reacciones emocionales, o como exploradores, reconociendo nuestras limitaciones cognitivas y desarrollando estrategias para superarlas.
La mentalidad del explorador no implica suprimir las emociones o descartar las intuiciones, sino desarrollar una conciencia más profunda de cómo estos factores influyen en nuestra forma de pensar. Es reconocer que el DI prospera cuando se aprovecha de las vulnerabilidades de la mente: los sesgos nos ciegan, las falacias nos confunden y las emociones nos arrastran.
La buena noticia es que podemos aprender a identificar y gestionar tanto los sesgos como las falacias. Con práctica y atención es posible reconocer cuándo nuestros sesgos están operando y desarrollar estrategias para contrarrestarlos. También podemos aprender a detectar falacias en los argumentos de otros, lo que permite evaluar la información de manera más crítica y fundamentada.
La mentalidad del explorador se cultiva desde varios frentes. Comienza por cuestionar nuestras propias creencias, evitando asumir que siempre tenemos la razón y manteniendo la disposición a reconsiderar nuestras opiniones ante nueva evidencia. Se fortalece al buscar activamente información diversa, superando la tendencia a limitarnos a fuentes que confirman nuestras ideas preconcebidas.
Este camino requiere desarrollar un ojo crítico que no se deje llevar por emociones o prejuicios, evaluando la evidencia de forma objetiva y consultando fuentes confiables. Conviene incluso hacer el ejercicio de responder a esta pregunta: “¿Qué información nos conduciría a concluir que mi opinión está equivocada?”
Pero quizás lo más importante sea cultivar la empatía: el esfuerzo por comprender las perspectivas de quienes piensan diferente. Esta capacidad nos ayuda a salir de nuestra zona de confort informativa y a construir puentes de diálogo con quienes no comparten nuestras opiniones.
*Ph.D. en Ciencia Política de la Universidad de Turín (Italia). Ha sido docente e investigador de temas de comunicación política, periodismo y educación mediática e informacional. Miembro del equipo Educalidad.



































