Por Claudia Angarita*
Viviendo la pandemia nos cuestionamos para qué la educación. Cuando recordamos la vida de colegio, las emociones que surgen fácilmente tienen que ver con los recuerdos de coexistir en comunidad. Lo académico tiene valor en tanto esté relacionado con experiencias sociales. Y es que aprendemos a ser Yo en la medida en que nos relacionamos con los otros. Esa conquista de conocerme a través de conocer a los otros, tiene su gran logro cuando vivimos sin sectarismos, racismos y exclusiones.
Análisis de las emociones por la psicóloga Claudia Angarita
Tenemos y necesitamos vivir momentos de soledad. Pero ahora, con el confinamiento, tenemos una particular sensación de la soledad de la piel. Al no tener convivencia con algunas de las personas que son esenciales en el afecto, se volvió solitaria la piel. El niño vive el contacto con el otro jugando o cuando precisa sentirse acompañado o abrazado para conciliar el sueño. El adolescente lo va descubriendo en una mirada especial, en el roce, el beso y el abrazo. Todos lo aprendemos. El contacto nos permite construir cercanía y límite con los otros; y dependiendo de qué tan disfrutable sea, se nos vuelve esencial ya que es promotor de emociones. Por lo tanto, cuando deja de ser un estímulo, es una pérdida emocional.
La cuarentena nos pone límite en el contacto, nos distancia y eso no es natural en la cultura humana, así que hemos tenido que recurrir a otros medios que den espacio al contacto. La virtualidad lo viene permitiendo, porque se convirtió en una forma de vida, además de funcionar como herramienta para trabajar y estudiar. Pero nos encontramos que la virtualidad también agota, aísla, deprime. Nos recuerda que la piel está sola. A pesar del peligro del contagio, e incluso de morir, muchos privilegian tener encuentros presenciales por su salud mental que mantenerse aislados por su salud física, con el secreto pensamiento omnipotente de que nada va a pasar.
Como parte de la dinámica de la vida, nos encontramos que para obtener algunas ganancias hay que asumir algunas pérdidas. Y eso es lo que vivimos en este distanciamiento. Si esperamos que temporalmente haya distanciamiento de piel, necesitamos fortalecernos en otros sentidos. Cuando ganamos un nuevo aprendizaje es posible que requiramos soltar otro, en especial cuando soltar casi que es vital. Entonces se hace vigente el valor de hablar y escuchar para fortalecer vínculos. Al estar atento y desear entender lo que dice el otro, podemos encontrar el sentido de algo que no era aún comprensible. Incluso, escucharse a sí mismo cuando se está hablando puede dar claridad a lo que se creía elaborado y frente a la escucha del otro adquiere sentido.
Crear comunidad es crear un espacio físico y emocional de saber qué pasa con el otro. Por esto, inevitablemente, la comunidad es un espacio para conocer al otro.
En la búsqueda de no perdernos del contacto con los otros aparece la incertidumbre de cómo tenemos que sentirnos y pensar. Esta incertidumbre nos lleva a manejarla llenándonos de información, al punto que nos vamos al extremo de saturarnos y terminamos sin espacio para identificar lo propio, nuestra manera de vivirlo e interpretarlo. Entonces, para poder conectarnos con lo que somos y pensamos, es preciso elaborar la información prestada de los otros, sentirla y criticarla para apropiarnos de lo que nos es útil y soltar lo que no nos conecta.
Necesitamos vaciarnos de todo aquello de lo que nos llenamos y quedarnos con lo propio como lección de conexión consigo mismo, valorando el momento de soledad, de desapegarse del otro no en el afecto sino en la dimensión de la piel, de reconocer la soledad de piel como espacio propio, no como abandono o castigo. Que sea este un espacio valioso para llenarnos de mismidad.
Claudia Angarita*
Psicóloga clínica