Detector de humo: Contra el desorden informativo (42): AMI para un país digital

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Por: Alvaro Duque Soto*

Cartagena recibirá la conferencia central de la Semana Mundial de la AMI el 23 y el 24 de octubre de 2025, con el lema “Piensa ante la IA – AMI en el mundo digital”. Este encuentro no debería reducirse a fotos oficiales para el recuerdo. Es una oportunidad única para pasar del diagnóstico a la acción y articular los esfuerzos dispersos del ecosistema completo: gobierno, academia, medios, bibliotecas, verificadores y sociedad civil.

Colombia llega a esta cita en un momento de singular convergencia de factores. Las leyes de salud mental y de entornos digitales, junto con los proyectos de regulación de la inteligencia artificial en discusión, crean un marco normativo propicio para impulsar la AMI con mayor fuerza.

Detector de humo: Contra el desorden informativo (42): AMI para un país digital

A esto se suma la urgencia social: una ciudadanía abrumada por datos que no puede procesar, una polarización que impide consensos básicos y el riesgo de que la desinformación avive violencias latentes en el ciclo electoral que está iniciando.

Existen, por tanto, condiciones para consolidar la AMI no como un tema académico más ni una cátedra de moda, sino como herramienta concreta para fortalecer la ciudadanía digital, al ofrecer un marco ético que ayude a reconstruir la conversación pública desde el respeto y la evidencia.

Frente a la incesante lluvia de noticias y contenidos que afecta nuestro bienestar emocional, algoritmos que dan prioridad a la polémica sobre la veracidad, y una creciente desconfianza en las instituciones, la AMI surge como un puente que conecta el autocuidado digital con el criterio cívico. Para lograrlo, un primer paso es entender que el ecosistema informativo ya no se rige por las reglas conocidas.

Lo figital: donde lo físico y lo digital se funden

Ya no vivimos en dos espacios separados. Dejamos de “conectarnos” a internet como quien entra y sale de un lugar: ahora habitamos un entorno figital —físico y digital al mismo tiempo—. Casi toda nuestra vida —identidad, reputación, compras, amistades o política— transcurre en plataformas figitales.

Este cambio vino con el salto de los medios tradicionales —con horarios fijos y filtros claros— hacia un mundo donde software y algoritmos deciden lo que vemos y en qué orden. La tecnología digital ya no es algo aparte, es el ambiente que nos rodea. Como el aire, funciona todo el tiempo sin que nos demos cuenta y sin pedir permiso.

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Las plataformas imponen sus propias reglas: diseñan interfaces, priorizan contenidos, recogen datos y determinan alcances. Moldean experiencias y condicionan lo que pensamos, sentimos y hacemos.

Las vulnerabilidades que genera este entorno trascienden lo técnico: son emocionales, cognitivas y sociales. Los sistemas nos empujan a reaccionar sin reflexionar, dispersan la atención con notificaciones constantes y refuerzan prejuicios existentes.

También hemos empezado a delegar nuestras decisiones fundamentales: el GPS escoge la ruta, una app sugiere pareja, la IA escribe por nosotros. Todo esto da comodidad, pero puede hacernos dependientes y limitar la autonomía.

En este entorno figital, cada acción deja huellas y tiene efectos dentro y fuera de las pantallas. Aquí es donde la AMI adquiere una nueva dimensión. (ver infografía las 5 leyes de la AMI).

Mantiene sus preguntas clásicas —¿quién habla y con qué intención?—, pero suma otras indispensables para esta nueva arquitectura digital: ¿Qué impacto tiene esta información en mi salud y mi seguridad? ¿Qué datos cedo y para qué se usan? ¿Quién controla la plataforma? ¿Qué diseños buscan captar mi atención? ¿Cómo afecta mi bienestar emocional?

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Bienvenidos al mundo FLUX

El entorno figital es inestable, pues se rige por las reglas del mundo FLUX:

  • Fractal: Conflictos que se replican en distintas escalas sin jerarquías claras.
  • Líquido: Instituciones, roles y fronteras que se disuelven y recomponen permanentemente.
  • Uncharted (inédito): Muchas de las tecnologías que usamos no tienen precedentes ni marcos éticos de referencia.
  • eXponencial: Los cambios se propagan con rapidez, y cada vez se aceleran más, por sistemas que aprenden y se retroalimentan sin pausa.

Es en este mundo FLUX donde germinan las guerras cognitivas e híbridas: conflictos que ya no se libran con tanques sino con algoritmos, no con censura explícita sino con saturación informativa. Son operaciones que usan redes sociales, grupos privados y medios alineados para bombardear falsedades, ejecutar linchamientos digitales y difundir narrativas diseñadas para confundir y fracturar sociedades desde adentro.

Su objetivo no es convencer, sino generarnos tal confusión y desconfianza que dejemos de participar en la vida pública: que dudemos de todo, no votemos, y evitemos debatir porque “todos mienten”.

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Frente a este escenario, la AMI es una suerte de kit de supervivencia cívica que se integra a cualquier estrategia colectiva para reconstruir las condiciones mínimas de la deliberación pública: la confianza, la evidencia compartida, la capacidad de disentir sin destruir.

Más que blindar al individuo, busca fortalecer los vínculos sociales que permiten enfrentar desafíos que afectan directamente la calidad de la democracia, el bienestar emocional y la convivencia cotidiana. Pero ¿por qué necesitamos AMI hoy? Hay al menos cinco urgencias concretas en Colombia que lo justifican:

Cinco urgencias que exigen AMI hoy

  1. La atención bajo asedio: Vivimos en un ecosistema digital que comercia con nuestro tiempo y concentración. Las plataformas están diseñadas para capturar nuestra mirada con notificaciones y contenidos interminables. Nos robaron el silencio. La AMI es un instrumento para recuperar el control consciente y voluntario de nuestra atención, en lugar de dejarlo a merced de los diseños y estímulos externos. 
  2. La deliberación imposible: Sin hechos compartidos no hay conversación posible. Cuando cada grupo vive en su propia burbuja informativa, la gritería y la descalificación se imponen sobre el diálogo. La AMI es un camino para reconstruir el lenguaje común de la evidencia: enseña a identificar fuentes, contrastas versiones y exigir pruebas antes de compartir.
  3. Las guerras cognitivas: Como vimos, estas operaciones están diseñadas para fracturar sociedades desde adentro, usando discursos emocionales y otras técnicas que paralizan la capacidad de discernimiento colectivo. La AMI entrena para detectar campañas de manipulación y mantener la cabeza fría en medio de tormentas digitales orquestadas.
  4. La vida gobernada por plataformas, que no son intermediarias neutrales, sino creadoras de realidades. Deciden qué vemos, cuándo lo vemos. Sus términos y condiciones son como unas normas sobre las que nunca se nos consultó. La AMI enseña soberanía digital práctica: leer permisos antes de aceptar, diversificar las plataformas que usamos, entender que, si algo es gratis, el producto somos nosotros.
  5. La desinformación que amplia crisis. La negación de consensos científicos —como el cambio climático y la efectividad de vacunas— con frecuencia no nace de la ignorancia, sino de estrategias de desinformación financiadas por intereses creados. En un país con alta vulnerabilidad climática, creer mentiras sobre el calentamiento global es una forma de autodestrucción colectiva. La AMI ayuda a que los ciudadanos distingan evidencia científica de propaganda interesada.

Estas cinco urgencias hacen evidente que la AMI no puede seguir siendo solo un tema de discusión. La pregunta ahora es cómo convertir a Colombia en un país capaz de enfrentarlas.

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Hacia un pacto con la AMI

La alfabetización mediática ha tenido que lidiar con respuestas facilistas: vetos a los celulares, demonización de la IA, para mencionar dos de las más recientes. Ese guion ya no alcanza. 

En un entorno figital que organiza la vida diaria y bajo reglas FLUX que cambian sin aviso, la AMI debe dejar de ser un recurso escolar. Es hora de hacerla brújula y ancla: orienta cómo pensamos, conversamos y decidimos juntos, y fija un piso común en medio del cambio.

La AMI actúa en tres niveles que rebasan las aulas:

Reconstruye evidencias compartidas con hábitos de verificación que permiten contrastar información, incluso cuando parte del contenido ya es sintético o personalizado por sistemas de IA. 

Protege la salud mental y cognitiva al enseñar gestión de la atención y regulación emocional; en un ecosistema diseñado para capturar tiempo y ánimo, cuidar la atención es una decisión pública. 

Abre la conversación tecnológica: forma públicos capaces de discutir el papel de la IA y de las plataformas y devuelve voz a comunidades históricamente silenciadas para incidir en decisiones que afectan su vida cotidiana. 

Todo esto sucede en casas, chats, bibliotecas, organizaciones comunitarias, redacciones de medios locales y empresas, no solo en las aulas.

¿Qué hacer entonces?

La AMI no es solo alfabetización digital básica —enseñar a usar un computador o navegar en internet—. (Ver infografía). Tampoco es formación para el empleo ni una asignatura aislada. Es infraestructura social para pensar, decidir y actuar colectivamente. 

En Colombia, esto reclama políticas concretas:

  • Formación docente sostenida;
  • Una red de apoyo local en bibliotecas y escuelas, en alianza con medios públicos, comunitarios y redacciones privadas, que ofrezca talleres breves, resuelva dudas de la comunidad, verifique cadenas engañosas y produzca microprogramas de AMI.
  • Marcos regulatorios que exijan transparencia y trazabilidad algorítmica, incluido el etiquetado visible de contenido generado por IA
  • Interoperabilidad e infraestructuras públicas que eviten dependencias cerradas
  • Espacios de discusión donde se analicen tanto las tecnologías como sus efectos sociales y emocionales.

En paralelo, se impone la reforma de los sistemas de recomendación, que recae en reguladores y plataformas: más diversidad en las fuentes, opción de cronología o de no personalización, controles visibles para ajustar la personalización, explicaciones claras sobre las señales que se usan y la segmentación de anuncios, portabilidad real de datos y vías de queja accesibles con plazos y correcciones verificables. 

La AMI no ejecuta esa reforma: prepara a la ciudadanía, sobre todo a grupos que habitualmente no tienes voz, para exigirla, debatirla y vigilar su cumplimiento.

El día después

Que Colombia sea sede no es casualidad. El país llega a Cartagena con iniciativas concretas: la plataforma Digital-IA, el proyecto más grande de educomunicación que se ha hecho en el país y un diagnóstico nacional de competencias AMI que encuestará a 250.000 estudiantes universitarios, además del proyecto de ley sobre inteligencia artificial y las leyes mencionadas.

Pero lo que contará después de Cartagena no serán los anuncios, sino las acciones sostenidas. Que las políticas se conviertan en práctica cotidiana: que las plataformas expliquen públicamente cómo ordenan nuestros contenidos, que existan canales reales para quejarnos cuando algo falla, que podamos exigir respuestas claras cuando un algoritmo toma decisiones que nos afectan.

En cierta forma, ser sede obliga. Ojalá no sea solo un evento internacional bien organizado, sino un catalizador que convierta a Colombia en referente regional de AMI: un país donde reducir la brecha digital, frenar la polarización y reconstruir la confianza pública sean metas alcanzables.

Esto significa que cualquier ciudadano desarrolle el hábito de pensar antes de reenviar un mensaje, sea consciente de cuánto tiempo pasa en redes, sepa que puede exigirle a una plataforma explicaciones sobre lo que le muestra, y tenga claro dónde buscar ayuda cuando no sepa si algo es verdad o mentira.

Si estas prácticas se vuelven rutina —en casas, escuelas, redacciones y organizaciones—, sabremos que Cartagena no fue solo un congreso más. Ese será el listón con el que vale la pena medirnos.

*Ph.D. en Ciencia Política de la Universidad de Turín (Italia). Ha sido docente e investigador de temas de comunicación política, periodismo y educación mediática e informacional. Miembro del equipo Educalidad.

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