Por: Alvaro Duque Soto*
Cuando recibimos mensajes por WhatsApp u otras redes con informaciones sobre supuestos complots o asuntos ya desmentidos, nuestra resistencia a rechazarlos no es solo cuestión de orgullo. Caemos en una trampa cognitiva que nos hace aferrarnos a ideas, fuentes o plataformas simplemente porque ya les hemos dedicado tiempo, confianza, interacciones o dinero. Nos convencemos de que las cosas cambiarán, similar a un apostador que persiste en un casino convencido de que pronto recuperará lo perdido.

Esta lógica mental tiene nombre: la falacia del costo hundido. Se trata de un error de razonamiento que nos hace continuar con un comportamiento o creencia debido únicamente a la inversión previa (tiempo, dinero, esfuerzo) que ya hemos realizado, aunque mantenerlo resulte irracional o perjudicial.
La falacia responde a mecanismos psicológicos que impulsan el Desorden Informativo (DI), haciéndonos vulnerables a noticias falsas y narrativas polarizantes. Refuerza creencias sin sustento y limita nuestra capacidad para cambiar de opinión, incluso cuando sospechamos que estamos equivocados.
Este fenómeno ha cobrado relevancia en entornos digitales como videojuegos, apuestas online y aplicaciones de citas –espacios donde muchos niños, niñas y adolescentes consumen información y socializan–. Estas plataformas explotan la falacia, al condicionarnos para persistir en lo falso. Entender su funcionamiento es clave para recuperar el control sobre nuestras creencias.
No es cuestión de testarudez
Lejos de ser simple obstinación, la falacia del costo hundido nos lleva a sostener ideas que ya sospechamos dudosas solo porque abandonarlas implicaría admitir una pérdida. Más que una expresión de obstinación, estamos ante un fenómeno que se alimenta de múltiples mecanismos psicológicos originalmente desarrollados para protegernos como especie, pero que hoy son explotados a través de nuestros hábitos digitales.
La aversión a la pérdida constituye el primer mecanismo: sentimos más intensamente el dolor de perder que la alegría de ganar, por eso intentamos evitar la sensación de pérdida a toda costa. Complementariamente, el conflicto entre creencias y acciones genera malestar, lo que nos lleva a reinterpretar la realidad para evitar la disonancia cognitiva. El sesgo retrospectivo refuerza esta tendencia y nos hace ver nuestras decisiones pasadas como más razonables de lo que realmente fueron.
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El llamado efecto IKEA acentúa este fenómeno, pues nos hace valorar más aquello en lo que hemos invertido esfuerzo. Cuando investigamos durante horas sobre una teoría conspirativa, le atribuimos valor simplemente porque invertimos tiempo en ella. Además, el miedo al arrepentimiento nos susurra constantemente que tal vez estamos a punto de tener razón: “Una última búsqueda, un video más, y quizá la verdad aparezca”.
Debido a esta compleja interacción psicológica, abandonar a un influencer que resultó poco fiable puede ser doloroso porque afecta nuestra identidad. Preferimos profundizar en el sesgo de confirmación –como vimos en la entrega anterior de esta serie– buscando datos que respalden nuestras creencias, antes que aceptar la verdad.
En redes sociales, donde lo que compartimos refleja nuestra identidad pública, este fenómeno se intensifica. En entornos políticos o grupos sociales cohesionados, la falacia se manifiesta con fuerza, pues cambiar de opinión puede percibirse como una traición al grupo. En consecuencia, la presión de mantener la coherencia social y emocional hace que cambiar de opinión resulte cada vez más difícil, incluso cuando la evidencia lo demande.

Plataformas que enganchan: el diseño del apego
Actualmente, muchos adolescentes y jóvenes no se informan a través de medios tradicionales ni de redes sociales convencionales, sino mediante plataformas digitales específicas como videojuegos, aplicaciones de citas o sitios de apuestas donde pasan tiempo y toman decisiones. Estos entornos, diseñados para maximizar el tiempo de uso mediante técnicas deliberadamente adictivas, refuerzan la falacia del costo hundido y se convierten en espacios de circulación y validación de creencias donde se comparte información, se moldean opiniones y se consolidan narrativas.
Los videojuegos nos atrapan con su lógica de progresión: subir de nivel, desbloquear recompensas, mantener rachas de conexión. Cada hora que invertimos se convierte en un lazo difícil de romper. No solo eso, las recompensas diarias, la presión social y los eventos de tiempo limitado también juegan su papel, al inducir conductas persistentes que entrenan nuestra mente para aferrarnos a lo que ya nos costó, incluso si ha perdido su valor inicial.
Las plataformas de apuestas en línea implementan estrategias similares: programas de fidelización, bonos de recarga y notificaciones sobre “casi aciertos” generan la sensación de que abandonar equivaldría a perder todo lo apostado. En Colombia, el auge de estas plataformas ha normalizado dinámicas que combinan ilusión de control, acumulación de pérdidas y el impulso constante de seguir jugando o apostando.
En las aplicaciones de citas, el scroll infinito de perfiles, los emparejamientos intermitentes y la inversión emocional en interacciones que no se concretan generan ciclos de esperanza-decepción-reinversión que refuerzan el apego. Cuanto más tiempo se dedica a perfeccionar el perfil o mantener conversaciones, más difícil resulta abandonar la plataforma sin sentir que se ha perdido algo.
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Diseños adictivos
Estos espacios no son solo entretenimiento. También son entornos donde se comparten puntos de vista sobre salud, política, género y economía, entre otros. Foros de videojuegos, perfiles de citas y chats de apuestas se han convertido en escenarios donde circulan narrativas que, con el tiempo, se integran a la visión de mundo de los usuarios. La inversión genera apego. Cuanto más tiempo y energía dedicamos a las narrativas, sean verdaderas o falsas, más difícil se vuelve abandonarlas.
Más allá del diseño de las plataformas, quienes promueven el DI aprovechan estos mecanismos psicológicos a su favor. Conocen el funcionamiento de esta trampa y apelan a la inversión emocional: “investiga más”, “no te rindas ahora”, “solo te falta un paso para descubrir la verdad”. El objetivo es claro: que la persona sienta que abandonar significa perder absolutamente todo.
Los algoritmos de las plataformas también agitan la situación. Si interactuamos con un contenido conspirativo, recibiremos más del mismo tipo. Imaginemos esto: cada vez que interactuamos con contenido que confirma nuestras ideas, la plataforma nos bombardea con más de lo mismo. Es como quedar atrapado en una burbuja donde solo se oye nuestro propio eco, y escapar de ahí se vuelve extremadamente complejo. Y entonces, cuando la duda comienza a asomarse, esa voz interior (o ese comentario en la red social) murmura: “¿De verdad vas a renunciar a todo lo que has invertido hasta ahora?” Es una pregunta difícil de ignorar.
La lógica y el diseño de estos entornos informativos revelan la importancia de la alfabetización mediática e informacional (AMI) para la ciudadanía actual. No basta con leer o manejar una app; se requiere la capacidad de detectar sesgos, desmantelar trampas cognitivas y retomar el control de nuestras decisiones informativas. La AMI nos permite actuar con criterio en estos entornos que han reemplazado a los medios tradicionales como espacios principales de consumo, socialización y circulación de ideas.

Salud mental, polarización y democracia herida
Sin una AMI sólida, los efectos de la falacia del costo hundido tienen consecuencias devastadoras, no solo a nivel personal, donde afecta nuestro bienestar psicológico y nos atrapa en plataformas diseñadas para explotar nuestra atención, alimentando la frustración y la ansiedad cuando nos aferramos a creencias que la evidencia refuta.
A nivel social, esto desencadena un aislamiento progresivo. ¿Por qué? Porque la creciente inmersión en comunidades digitales que validan creencias dudosas nos separa de círculos sociales que podrían brindarnos puntos de vista diferentes. Esto deriva en la formación de grupos ciudadanos atrapados en burbujas informativas opuestas, donde el terreno común para el diálogo parece inalcanzable.
Para el sistema democrático, el impacto es grave. Cuando sectores significativos de la población se aferran a narrativas alternativas, la confianza en instituciones fundamentales se deteriora sistemáticamente. En Colombia, donde esa confianza ya es frágil, este fenómeno limita la capacidad colectiva para enfrentar desafíos comunes.
En la infografía que acompaña este artículo se detallan otras consecuencias de la falacia del costo hundido en los niveles individual, social y político.
Un antídoto: saber soltar
Romper con la falacia del costo hundido requiere estrategias conscientes. La AMI nos ofrece herramientas prácticas para evaluar críticamente la información y desprendernos de creencias infundadas, especialmente en los entornos digitales donde los jóvenes se informan.
Un método útil, detallado en el gráfico adjunto, es el P.A.R.A., que nos guía en un proceso de pausa, análisis, revisión y acción para liberarnos de la trampa informativa. Además, cultivar la flexibilidad mental y la humildad intelectual nos permite priorizar la verdad y liberarnos de la falacia del costo hundido. Esta falacia, en efecto, nos encadena a lo falso, de manera similar a como lo hacen las cajas de recompensa aleatorias, las apuestas interminables o las adictivas aplicaciones de citas.
El verdadero conocimiento no consiste en acumular datos como trofeos, sino en saber descartarlos cuando dejan de ser útiles o válidos. Haga un ejercicio práctico: revise una creencia que lleva sosteniendo durante largo tiempo, ya sea la confianza en un medio de información específico, la aceptación de un rumor o la defensa de una opinión. Pregúntese de forma honesta: “¿Aún tiene sentido mantener esta posición?” Si la respuesta es negativa, lo más sabio es abandonarla.
Verificar información es responsabilidad compartida. En un país como Colombia, donde la polarización crece a medida que se acercan las elecciones, este simple acto puede contribuir a tejer un futuro con mayor claridad colectiva, porque soltar lo falso no representa una derrota, sino un paso necesario hacia la verdad.
*Ph.D. en Ciencia Política de la Universidad de Turín (Italia). Ha sido docente e investigador de temas de comunicación política, periodismo y educación mediática e informacional. Miembro del equipo Educalidad.


































