Detector de humo. Contra el desorden informativo (17): El espejismo de los promedios

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Por: Alvaro Duque Soto*

A diario encontramos titulares llenos de promedios: “El colombiano promedio lee cuatro libros al año” o “Desempleo cae al 11,6% en promedio nacional”. Estas cifras, que buscan simplificar realidades complejas, suelen ocultar más de lo que revelan.

Aunque los promedios no son falsos en sí mismos, su aparente objetividad puede inducir a interpretaciones engañosas si no se consideran las variaciones y desigualdades que contienen. De hecho, se han convertido en instrumentos recurrentes para alimentar el desorden informativo (DI), ese fenómeno que distorsiona nuestra comprensión del mundo mediante datos presentados de forma incompleta o engañosa.

Detector de humo. Contra el desorden informativo (17): El espejismo de los promedios

Consideremos el caso del salario en el sector público colombiano. Cuando leemos que el promedio es de $11,6 millones, la cifra oculta una realidad: una pequeña élite con sueldos muy elevados infla artificialmente este número, mientras la mayoría gana mucho menos. Algo similar ocurre con la lectura: el promedio nacional de 4,05 libros anuales disfraza enormes diferencias entre regiones, grupos de edad y niveles educativos.

El desempleo también revela otro espejismo estadístico. La reciente tasa nacional del 11,6% aparenta ser neutra hasta que se observa que el desempleo femenino alcanza el 15,8 %, mientras el masculino se sitúa en apenas el 8,6 %. En este caso, el promedio invisibiliza la brecha de género en el mercado laboral colombiano.

¿Qué hay realmente detrás de cada promedio que consumimos? Esta pregunta debería acompañarnos siempre que encontremos cifras de ese tipo. La capacidad de mirar más allá del número único es nuestra mejor defensa contra las trampas del simplismo estadístico.

Trampas del simplismo

Se dice que si una persona se come un pollo entero y otra no come nada, el promedio indicaría que cada una ha comido medio pollo. Este chiste, aunque repetido hasta el cansancio, ilustrar bien cómo los promedios pueden generar interpretaciones erróneas.

Los promedios son una de las herramientas estadísticas más utilizadas, ya que condensan datos en un solo número y aparentan representar fielmente una realidad compleja.

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Además, la forma como nuestro cerebro procesa la información nos impulsa a usar los promedios, pues tendemos a buscar patrones y simplificaciones debido a que trabajar con grandes volúmenes de datos puede abrumarnos. Como explica Iddo Gal, experto en alfabetización estadística, nuestro cerebro tiende a usar atajos cognitivos, y el promedio es uno de los más utilizados.

Pero ¿qué es realmente un “promedio”? A diario usamos este término sin cuestionar su significado preciso. Existen distintas formas de calcularlo y cada una puede ofrecer una visión diferente de la realidad.

Tres tipos de promedio: media, mediana y moda

“El ciudadano promedio…”, “la familia promedio…”, “el votante promedio…” son expresiones comunes en el discurso público. Pero a veces se olvida que lo que llamamos “promedio” engloba en realidad tres formas distintas de resumir datos, cada una con su propia manera de representar el punto central de un conjunto de información. 

La media es la suma de todos los valores dividida por la cantidad de datos; la mediana, el valor central, y la moda, el dato más repetido. Veámoslo en un ejemplo:

En en un barrio de Cali, si una familia tiene ingresos mensuales de $15 millones mientras que otras nueve familias viven con $900.000 cada una, la media dirá que todas “ganan $2,3 millones en promedio”. Parece un ingreso de clase media… hasta que se revela que el 90 % vive con menos de un salario mínimo.

Usando la mediana, se ordenan los ingresos de menor a mayor y se toma el que está justo en el centro. En nuestro ejemplo, la mediana sería $1 millón, lo que moistraría que la mayoría de familias en el barrio de Cali al cual nos referimos gana mucho menos que el “promedio”.

Como la moda es el dato que más se repite en un conjunto de datos, si nueve familias ganan $900.000 y solo una gana $15 millones, la moda sería $900.000. Este valor representa el valor más frecuente, una realidad distinta a la que sugiere la media de $2,3 millones y a la que sugiere la mediana ($1 millón).

Comprender estos tres métodos de calcular un promedio nos permite analizar críticamente los datos que se nos presentan. La interpretación de las cifras puede varias de modo considerable según el tipo de promedio que se utilice. 

Cómo los promedios pueden distorsionar la realidad

La manipulación de los promedios es una táctica frecuente para distorsionar la realidad, en parte porque muchos desconocen las diferencias entre la media, la mediana y la moda. La elección estratégica entre estos tres valores altera la interpretación de las situaciones. 

Imaginemos una empresa que quiere alardear de los altos salarios que ofrece. Si la distribución salarial es asimétrica, con unos pocos directivos que ganan cifras astronómicas y la mayoría de los empleados con salarios modestos, la empresa probablemente comunicará la media aritmética, que se ve inflada por los valores extremos. En cambio, si un sindicato quiere denunciar la precariedad laboral en la misma empresa, optará por la mediana o la moda, que representan con mayor precisión la situación de la mayoría.

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Esta flexibilidad en la elección del “promedio” adecuado permite elaborar discursos radicalmente diferentes a partir de los mismos datos. Un político podría afirmar que “en promedio, los ciudadanos están mejor que hace cuatro años” basándose en el PIB per cápita (una media), mientras la experiencia cotidiana de la mayoría contradice esta afirmación porque la mediana de ingresos se ha estancado o reducido debido al aumento de la concentración de la riqueza.

Otra técnica común es la manipulación de la población utilizada para calcular el promedio. Por ejemplo, las estadísticas de desempleo pueden excluir a quienes han dejado de buscar trabajo activamente, lo que crea una imagen artificialmente optimista. De mismo modo, los índices de inflación pueden subestimar el impacto real en los hogares al ponderar los productos que no reflejan el consumo típico de las familias de ingresos medios y bajos. 

Esa es la razón por la cual hay que analizar en detalle los datos de los institutos de estadística, que proporcionan la información necesaria para que los ciudadanos puedan examinar los matices de la información presentada en sus operaciones estadísticas.

Los promedios también pueden emplearse para establecer equivalencias estadísticas engañosas. Esto ocurre en afirmaciones del tipo “hay violencia de ambos lados” o “todos los políticos son iguales”, que recurren implícitamente a promedios que ignoran diferencias significativas en magnitud y contexto. Este tipo de equivalencia promueve un relativismo que dificulta un análisis riguroso y fomenta la apatía ciudadana frente a problemas que requieren análisis más matizados.

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Más allá del número único: la mirada crítica

Los promedios son como binoculares: nos permiten ver a distancia, pero limitan nuestro campo de visión. El problema no reside en los promedios en sí mismos, sino en considerarlos como la única explicación. Cada vez que aceptamos un promedio sin cuestionarlo, renunciamos a parte de nuestra capacidad crítica y contribuimos al DI.

En esta era en que decisiones importantes se justifican con “evidencia cuantitativa”, la capacidad para interpretar críticamente los datos determina la efectividad de nuestra participación ciudadana. No se trata de descartar los promedios, sino de contextualizarlos. 

La próxima vez que vea un promedio, recuerde que detrás de ese número único se esconde una historia mucho más compleja. No hay que conformarse con la simplificación excesiva, es necesario buscar la diversidad y los matices para comprender la realidad en toda su riqueza.

*Ph.D. en Ciencia Política de la Universidad de Turín (Italia). Ha sido docente e investigador de temas de comunicación política, periodismo y educación mediática e informacional. Miembro del equipo Educalidad.

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